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El PIB mundial ascendió en el 2015 a aproximadamente US$80 billones. En el mismo año, las 1.866 personas más ricas del mundo tenían unos patrimonios valorados en un poco más de US$7,1
billones. Es decir, que hay un grupo de gente, los ‘millardarios’, que cabría en un pequeño rincón de un estadio de fútbol, cuya fortuna equivale a lo que, en promedio, producen 647 millones
de personas durante un año, madrugando, esforzándose y soñando con proveer a sus familias una mejor vida. O visto de otra forma, ese reducido grupo posee –que se sepa y a cuenta abierta– lo
que toda la economía colombiana produce en aproximadamente 16 años. Detrás de ellos vienen un poco más de 200.000, que poseen fortunas de más de US$30 millones, y hasta un millardo, y
finalmente 18 millones de personas que tienen un patrimonio de más de US$1 millón, aunque con los precios de las propiedades inmobiliarias alrededor del mundo, y la retornante inflación, eso
ya no es gran proeza. Pero volvamos a aquellos que tienen más de lo necesario, por no meternos con los que ganan en poco tiempo más de lo que pueden gastar en todas sus vidas y las de sus
descendientes, como los futbolistas, los artistas de cine, los cantantes. Qué desproporción que unos muchachitos jueguen unos 40 partidos al año y ganen decenas de millones, tengan aviones
propios y, para rematar, evadan impuestos sin ningún rubor. Los ‘millardarios’, los 1.866 mencionados al principio, hasta participan en un reality, en el cual el comportamiento de sus
fortunas se va midiendo en tiempo real. En el momento de escribir esta columna, la revista Forbes, conocida por su novelesco listado de los excesivamente ricos, reporta que en el último día
la fortuna de Zhou Qunfei, empresaria de Hong Kong, aumentó en US$271 millones, mientras que la de Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, cayó en US$584 millones. Sí, en un solo día.
Mucho de ello sucede al caprichoso vaivén que les imprimen los yuppies a las bolsas, para exprimir más comisiones, pero también por los aciertos y fallas en sus negocios. Más allá del conteo
y las posiciones que ocupa cada una de estas personas (cuatro de ellas colombianas), lo que es inconcebible, es que estas fortunas aumenten sin límite y sin que haya, ni de parte de ellos
ni de sus gobiernos, voluntad alguna de corregir la situación para poder contribuir a poner fin a la miseria de miles de millones de seres humanos que a duras penas sobreviven, o que,
incluso, mueren de hambre. El mismo Warren Buffet, que ocupa el tercer lugar en la lista, con algo más de US$60 millardos, admite que su tasa efectiva de tributación es inferior a la de su
secretaria privada. La acumulación sin fin debería ser terminada. Por supuesto que cualquier emprendedor merece quedarse con el producto de su esfuerzo. Pero debe también fijarse un límite
después del cual la riqueza adicional debe ser entregada a la sociedad en forma de obras y servicios. Estas personas deben recordar que a la muerte no podrán llevarse ni un solo peso, ni una
sola pertenencia. En cambio, pueden dejar un legado imborrable. De lo contrario, serán recordados, en palabras de Joaquín Sabina, como seres tan pobres, que no tenían más que dinero. Sergio
Calderón Acevedo Economista [email protected]