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Existe en estas tardes de primavera murciana, cuyos tempranos aromas a azahares aún retumban en nuestra memoria, aunque fueron fugaces, un instante certero que paraliza ... la rutina del que
sería un viernes cualquiera. Pero no lo es. Y jamás podrá serlo mientras Murcia tenga su Torre, la poca huerta que le queda y sus sorprendentes procesiones. Ese momento siempre resulta
apenas un soplo, aunque teñido de olores a incienso y a flores frescas, a paso apresurado de los estantes pues cierran la puerta a las siete menos cuarto y por allí nadie ya entra, a
repiqueteo de campana remota y Marcha Real, a estruendo de bocinas que ahí, en la plaza de San Nicolás, comienzan a burlarse de Cristo, que no es necesario aclarar que es el Señor del
Amparo. Murcia, en Semana Santa, es una ciudad nueva que parece estrenar estos días del gozo como si también fueran recientes y no atesoraran cuatro siglos de historia, devoción y tradición.
Eso parece sentirse, clavadas las siete de la tarde, en la pequeña plazuela por donde surge el cortejo de túnicas azules que inaugura esa Pasión murciana que funde el barroco con la huerta
en cada paso, en sus adornos, en sus ajuares y hasta en su peculiar forma de andar. Nada, en cambio, hacía presagir el desastre, pese a que las nubes amenazaban desde la mañana el cortejo,
sin bien la previsión de lluvia de la Aemet apenas llegaba al 5% de probabilidad de que se arruinara la primera procesión de la Semana Santa murciana. Y la arruinó. Pero antes, bullía el
barrio que colmaba un gentío animado y cuya emoción parecía desbordarse hacia la calle de San Nicolás en dirección a San Pedro. Cielos encapotados, pero contenidos. Carritos de chucherías y
globos que apresuraban su paso. Eran el curioso prólogo de la procesión, cuyos primeros sones, los de las bandas, ya se escuchaban cada vez más cerca. La tormenta traicionera aguantó hasta
el último instante, cuando el Cristo del Amparo ya había salido de San Nicolás. Sucedió en el peor momento posible. Con todo el cortejo desfilando por Murcia. Fue a las diez en punto de la
noche. Andaba el paso del Encuentro por Trapería cuando empezó a llover, de forma débil pero continua. Fue en ese instante cuando se planteó la cofradía, que hasta entonces andaba lenta,
acaso confiada en la fallida previsión, decidir aligerar la estación de penitencia. Sobre todo, teniendo en cuenta que la recogida estaba prevista, como cada año, muy pasada la una de la
madrugada. Llegó la hora de cubrir las imágenes con plásticos. Los murcianos abandonaban sus sillas. En pocos minutos, se decidió que los pasos retornaran. En plena calle Trapería, el paso
de San Juan volvió sobre sus pasos. El Amparo decidió, por responsabilidad hacia su rico patrimonio y la seguridad de los cientos de penitentes, retornar a San Nicolás. Fue, sin duda, un
acierto, pues las calles se cubrieron de una fina y muy peligrosa capa de lluvia que hubiera comprometido, a cada paso y en cada maniobra de los estantes, la integridad de ellos y las
sagradas tallas. Amaneció, es cierto, un viernes de vientos fríos y cielos encapotados. Lo normal cuando llega la Semana Santa, caiga donde caiga en el calendario. Solo la previsión de
lluvias animó a muchos a soñar que volverían a vestir sus túnicas azules. Lo hicieron, pero no lograrían completar la estación de penitencia. Había, pese a las nubes, ganas de procesión.
Muchas tras aguardar todo un largo año para volver a sentirlas. Más aún, después de que el año pasado también la tormenta arruinara algún cortejo, como sucedió el Lunes Santo con la
procesión de El Perdón que parte de San Antolín. Había ganas de descubrir la mano de ese nazareno del Amparo que entrega un humilde caramelo. Luego repartirán muchos; pero ya habrá degustado
lo que tantos murcianos en tantas procesiones sienten: «¡Otro año más!». Ni imaginaron siquiera que esa inevitable y siempre esperada lluvia volvería a arruinar una espléndida procesión. Al
menos, como recordaron muchos tras volver a San Nicolás, otro año más disfrutaron de la salida y parte del recorrido. Poco antes de las diez y media llegaba al templo de San Nicolás la Cruz
Guía, bajo la lluvia. Le seguirían el resto de pasos que inauguraban la Semana Santa, como en tantas ocasiones, arruinada apenas comenzar. Muchos cofrades de la Caridad y la Fe, convocadas
este sábado para cumplir su estación de penitencia, vieron acrecentado su miedo ante la previsión meteorológica, aún más preocupante que la esperada por el Amparo.