Por dentro y por fuera | ideal

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Dejo claro que Semana Santa vamos a tener, sí o sí. La celebración que significa se celebra igual: la emoción en familia siempre existe; la ... ilusión por acompañar o ver a nuestros


Titulares se mantiene; y las tradiciones, y las caras que nos cruzamos. ¡Claro que voy a mirar al Cielo!, pero así, con mayúsculas, porque en estos días en los que se nos acumulan tantos


recuerdos, el sentimiento también se extiende a las personas que ya no nos pueden acompañar físicamente, y que hoy centro en dos protagonistas, de los grandes: Manuel Lirola y Miguel


Castillo. Con sus nombres podemos llenar una buena cantidad de páginas cofrades. Y saben que les vamos a echar mucho, mucho, de menos. Domingo de Ramos de paseo por las calles y, sobre todo


por los templos. Día de palmas y de póstulas. Y a la primera persona que vi fue a Miguel Ángel Alcalá que, a su labor profesional –en la joyería que lleva su nombre– y su trayectoria


cofrade, se ha unido ser el presentador de la pregonera de este año, mi querida Mamen Sánchez –por si alguien a estas alturas aún lo sabe, su mujer–. Han tenido una Cuaresma muy intensa,


vivida de una forma especial y, ahora llega el momento de completar el ciclo, viendo a las hermandades a las que glosó en sus palabras, transcurrir por las calles. En ellas, concretamente en


el autobús –que es momento de transporte público–, me crucé con José Pedro Rojas y con su mujer, Cristina Serrano que iban al concierto ofrecido por el maestro Miguel Sánchez Ruzafa en el


teatro Isabel la Católica. Les pedí que le trasladaran mi saludo, y ahora lo publico. Y otras caras conocidas en la puerta del Sagrario, esperando la salida de la procesión de palmas hacia


la Catedral, y con las imágenes del Cautivo y la Encarnación, que contemplaban Ana Isabel Ramírez y Luis Márquez. Me lo contaron, porque finalmente yo no pude ni acceder. Son días de prisas


para no perder detalle, pero también de recogimiento, por eso siempre decimos que hay que tener en cuenta los horarios de las iglesias para no interrumpir los cultos que correspondan. Pero


siempre hay un punto de encuentro, como la plaza de Santo Domingo, con todo preparado para el primer día de los varios en los que la Semana Santa se hace presente en el Realejo. Santa Cena y


la Virgen de la Victoria esperando su hora y recibiendo el cariño de devotos, alguno emocionado a pesar de que «es la primera vez que vengo», y es que Carmela y Juan viven en Valencia. Sí


vive aquí, y disfrutaba de la jornada, la familia Rodríguez-De la Higuera, con Gregorio y Angelita, compartiendo con los suyos, un año más, el día en el que hay que estrenar algo, según la


tradición que en el caso de María Antúnez, «es un pañuelo que mira qué bonito es». Pero no hubo manera de que me dejara hacerle una foto. Desde San Pedro, con Sentencia y Maravillas, la


familia Peralta Gutiérrez, muy cerca de su devoción, en la que el peque de la casa, Víctor, ya es parte fundamental. Y desde el barrio Fígares, con Despojado y Dulce Nombre, la tarde del


Domingo de Ramos es siempre un espectáculo de fe y de animación. Uno de los fundadores de esta última hermandad, Fernando Egea, aprovechó su tiempo, antes de la salida, para compartir en San


Andrés, con la chiquillería; la que se vive siempre en la Borriquilla que, junto a la Virgen de la Paz abre las puertas de lo que tanto nos gusta, las procesiones. Era un momento de


humedad, pero no en la metereología, sino en los ojos de quienes veían, dos años después, que la normalidad era la noticia. Cara contenida –pero feliz, que le conocemos– del capataz, Alberto


Ortega. Y también en el rostro de Román Ávila, nueve años ya como hebreo. Detalles de una tarde que confirmó que la fe mueve montañas... y nubes. La primera estaba en la calle, cuando les


escribo esto. Y recupero lo dicho al principio, Semana Santa hay.