Moreno de flexo | Ideal


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Sin cerrar los ojos, tan solo entornándolos un poco, puedo vernos: ahí estamos mi compañero y yo, plantados frente a la puerta del instituto. «Moreno ... de flexo», nos saludamos al vernos


de un blanco reflectante. Después, nos preguntamos qué tal lo llevamos: «Bueno, regular», mentimos, porque los dos, empollones como somos, nos hemos pegado una paliza a estudiar. A pesar de


ello, los nervios nos comen vivos antes de entrar a examinarnos de Selectividad. Lo pienso y vuelven a comerme. Arrastramos muchas noches de Katovit, cafés y viajes a la nevera repasando


lengua, historia y, sobre todo, filosofía. «Dadle duro a Kant, que va a caer fijo», nos había dicho el profesor. Luego cayó Sartre, del que no nos había dado ni medio folio, el muy prusiano.


Yo salvé los muebles porque estaba pasando por mi época existencialista. O enfaticalista, más bien: después de ver 'Una cara con ángel', solo quería ser Audrey Hepburn vestida de


negro bailando en un tugurio parisino. Hoy, que recuerdo mejor la película de Donen que cualquier obra de Sartre, no daría ni una si tuviera que examinarme de la Selectividad, de la EVAU, de


la PAU o de como quiera que se llame ahora el invento. Cómo se estropean los cuerpos, que decía Lina Morgan. Y las cabezas, Lina, y las cabezas. Pero ahí, ocupando el lugar que ocupábamos


mi compañero y yo hace casi cuarenta años, están los chiquillos. Huelen a hormona reconcentrada, a sueño, a angustia, y sostienen el peso de las expectativas propias y ajenas mientras se


palpan los bolsillos para comprobar que llevan los bolígrafos y el DNI. Creen que van a escribir su futuro en un par de folios porque aún no saben que la vida no cabe en una nota. Hasta que


lo averigüen, mucha suerte.