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Inma Cuesta Martes, 16 de mayo 2017, 00:27 Por más que él insista en que solo Cristiano Ronaldo puede ser considerado un héroe nacional, Portugal se ha rendido a los pies de Salvador Sobral.
Solo hace falta ver las imágenes del flamante ganador del Festival de Eurovisión tratando de salir del aeropuerto de Lisboa entre una multitud emocionada que coreaba su canción, para darse
cuenta de que el chaval no tiene nada que envidiar al delantero del Real Madrid. La realidad es que a este músico largo y desgarbado, confeso adorador del músico de jazz Chet Baker, toda
esta algarabía le ha cogido por sorpresa. Lo primero, porque nunca le ha interesado ser famoso; lo segundo, porque hasta el sábado pasado nunca había visto el festival con más público del
planeta y, lo tercero, porque tiene cosas más importantes en las que pensar. ¿Por ejemplo? Que alguien le ceda un corazón. Mientras asimila como puede su gloria en solo unas horas ha pasado
de ver cómo su único disco, Excuse me, languidecía en las estanterías de las tiendas a que se lo quiten de las manos, el mundo fija la mirada en este joven de 27 años que un día quiso ser
psicólogo pero al que el destino había reservado otros planes. Salvador pasó años amenizando fiestas de los amigos hasta que un Erasmus le llevó a Palma de Mallorca, un lugar perfecto para
alguien dispuesto a pasarlo bien y a sacarse un dinero con lo que verdaderemente le gustaba: la música. Luego, el desangelado invierno mallorquín arrastraría al héroe del momento hasta
Barcelona. Allí, en el Taller de Músics, aprendería buena parte de lo que sabe y le declararía al jazz amor eterno. «El jazz es como la vida: un diálogo, una conversación constante entre
instrumentos; y, como la vida, tiene constantes sorpresas», ha dicho el chico que siendo casi un adolescente se convirtió en estrella del concurso de televisión Ídolos 2009 de su país. De
sus años en España le quedan también un montón de amigos y su experiencia en el Sonar. Salvador, entonces al frente del grupo electrónico Noko Woi, participó en su edición de 2014 antes de
regresar a Portugal. Ya de vuelta en casa, y alentado por su hermana Luisa, publica su primer y único disco hasta la fecha, Excuse me, compuesto de versiones en inglés de clásicos
norteamericanos contemporáneos (como I Must Just Stay Away o Autumn in New York). Hermana y mentora Fue también su hermana, una intérprete de jazz más que reconocida en su país, con la que
el cantante adora pasar las noche viendo películas de Almodóvar, quien le convenció para luchar por representar a Portugal en Eurovisión. El día en que su canción, Amar pelo dois, compuesta
por la propia Luisa, venció en la gala de la Radio Televisión Portuguesa, Salvador contó: «Soy el vehículo emocional de la canción. No solo la voz o la música». Una buena forma de explicar
los movimientos espasmódicos con los que suele acompañar sus actuaciones este chaval situado, estética y musicalmente, en las antípodas de lo que nos tiene acostumbrados el festival. Amar
pelo dois, una balada con regusto a fado, bonita y sencilla, figurará a partir de ahora en un repertorio que incluye las más personales versiones de canciones de Ray Charles o Rui Veloso.
Aunque buena parte de las ofertas que se amontonarán ante la puerta de su casa tendrán que esperar. El muchacho que ha hecho que media Europa se reconcilie con Eurovisión no está todo lo
bien que le gustaría. Aquejado de un dolencia grave de corazón le han operado dos veces este año, y en Portugal es un secreto a voces que se encuentra a la espera de un trasplante, ni
siquiera pudo seguir el ritmo de ensayos previos a la gala. Aún así, este forofo del Benfica que «adora» cantar en español «no sé por qué; no sé si en alguna vida anterior fui español o
latinoamericano», está encantado con lo que la vida le ha dado. Como su padre, un anticuario obsesionado con la música que, en los viajes al Algarve, enseñaba a sus hijos a disfrutar con los
Beatles. Ya entonces el señor Sobral solía presumir de que sus hijos eran «los mejores cantantes de Portugal». Reporta un error