La bañeza clama contra el cierre de azucarera: «sin ella, no nos queda nada»

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Hay un sentir general en La Bañeza que se palpa claramente desde que el martes Azucarera anunciase el cierre de su planta en La Bañeza. Es el de decepción. Mezclada con tristeza,


incertidumbre y cierto miedo. El temor de no saber qué pasará a partir de ahora, no solo con los 160 empleos directos y los más de mil que dependen de esta fábrica centenaria, sino también


por cómo esta noticia afectará a la economía del municipio. A su vida. Y es que Azucarera y La Bañeza forman un matrimonio de los de toda la vida, de los que se conoce más que bien. La


última fábrica remolachera que quedaba en la provincia es un buque insignia en el municipio. Es parte fundamental de su historia. Sin ella no se entiende La Bañeza ni los pueblos de


alrededor. Eso lo saben bien sus vecinos, para quienes ha sido un tremendo varapalo el anuncio de cierre. «Sin la Azucarera, ¿qué nos queda?», se preguntan. Geli Vega regenta Instalaciones


del Jamuz, una empresa de fontanería y calefacción. El cierre le afectará a la facturación. Hace hace tan solo unos días llevaron una caldera a Azucarera, algo que es posible que no vuelva


suceder. Pero hay algo más cuando su compañera de oficina cuenta lo que le parece la noticia que caía el martes como un jarro de agua fría y que va más allá de lo económico. «A mí me duele


porque mi padre trabajó en esa planta durante 50 años y también mi abuelo». Y es que hay también un hilo invisible une a los bañezanos con Azucarera desde hace muchos años. Como cien. Una


especie de raíz que da buena cuenta del origen del municipio. Todos recuerdan los tiempos de bonanza en los que trabajaban en la fábrica de La Bañeza más de mil personas. Quien más y quien


menos tiene algún familiar, amigo o conocido que haya formado parte de la plantilla en algún momento. Andrés Sarmiento atiende detrás del mostrador en Ferretería Bañezana. Conoce bien lo que


es el campo porque él mismo cultivó remolacha, el germen del azúcar, durante cuatro décadas. Recuerda con nostalgia cuando veía los 300 camiones que cada día llegaban a las instalaciones de


Azucarera en los años buenos. «¿Que qué me parece la noticia? Muy mal. Una verdadera pena y una ruina para la zona», señala con resignación. De este local salen palas, cepillos, brocas o


espuma de poliuretano rumbo a la nave azucarera. Él, al igual que su mujer, María Soledad Gallego, lo tiene claro: «No se entiende que León no tenga azucarera con la cantidad de agua que hay


y teniendo la remolacha número uno en la misma puerta de la fábrica». Emilio Martín sirve cafés sin parar tras la barra de la cafetería Noche y Día. Lo hace con la destreza que da conocer


el negocio familiar desde bien pequeño. «Llevaban años diciendo lo mismo, que si se iba a cerrar. La noticia afecta mucho a La Bañeza porque es un pueblo pequeño y es casi lo único que hay.


Ya tenemos poca industria y para la poca que hay encima la cierran», comenta sin dejar de atender a los clientes. También en la barra, pero al otro lado, está Delsa Prado, una ecuatoriana


que vive en La Bañeza desde hace 26 años. «Me enteré de la noticia a través de Google. Era algo que se venía comentando desde hace tiempo y es una pena porque se pierden muchos puestos de


trabajo de gente que ha vivido toda la vida de Azucarera. Tiene una amiga que trabaja en el servicio de limpieza de la fábrica y teme por su futuro laboral porque ya ha cumplido los 56 años.


Casi no se habla de otra cosa en las calles, los comercios y las terrazas de La Bañeza. Incluso la gente por la calle se para a comentar la noticia. Es lo que han hecho Antonia y Verónica


al encontrarse mientras hacían unas compras. «Si no hay Azucarera, aquí no hay nada. Es una pena», comenta la primera, que se entero, al igual que su amiga, por la redes sociales de la


clausura. Tienen familiares que trabajan allí y explican que «esto va a quedar como un pueblín. Quedan dos tiendas y para casi todo lo demás hay que ir a León». Félix Cebada habla para


Diario de León desde su comercio El Cielo. La noticia también le llegó por las redes sociales y también en las conversaciones en el bar, lugar de encuentro por excelencia en los pueblos.


Reconoce que Azucarerea ya no es lo que era y por eso cree que el impacto, más que económico, llega por la carga histórica y simbólica. «Esto llega a pasar hace cuarenta años y saldríamos a


la calle a protestar», relata. No es pesimista, pero reconoce que La Bañeza dejará de ser una ciudad azucarera y perderá ese olor tan característico, el de la remolacha molturada, que ha


sido también su seña de identidad durante las últimas décadas. Félix y José comentan el tema sentados a la sombra en una terraza del centro de la ciudad. Ambos, ya jubilados, señalan que «es


una ruina para La Bañeza porque es la única industria potente que queda aquí ahora mismo y lo peor es que no ponen nada a cambio». A este respecto, comentan que en Benavente pasó algo


parecido cuando cerró la fábrica «pero les dieron una alternativa y aquí no». Los dos conocen a mucha gente que trabaja en Azucarera. Recuerdan ese olor del que hablaba Félix: «a algunos no


les gustaba porque decían que olía mal, pero el olor no es importante, sino que ha dado de comer a mucha gente». Y concluyen con una idea que se repite en cada rincón: «Nos dejan


arruinados». Desde la heladería El Valenciano, Cándido Alonso asegura que se trata de «una tragedia; no sólo por los puestos de trabajo directos, sino por los indirectos, que es mucho peor


porque lo que Azucarera genera a su alrededor es muy potente», explica. Alonso fue labrador y recuerda cómo en los años buenos «llegabas con tu tractor a descargar la remolacha y tenías que


esperar hasta cuatro horas de cola. Yo viví los tiempos buenos de la Azucarera», relata. Cree que el cese de actividad se va anotar mucho: «Son más de cien sueldos que ya no se van a


gastar». Tiene claro a quién le toca mover ficha ahora: «La Junta y la Diputación deberían mirar si se puede transformar en una cooperativa o algo similar». Y deja una sentencia en el aire:


«Lo que pasa es que no hay implicación política para que esto salga adelante». Por su parte, Lorenzo Mateos también es pesimista: «Estas ciudades pequeñas van a ir a menos y se nos van a


quedar como pueblos». Lo dice convencido al volante de su taxi. Su hijo trabaja en Azucarera y también un primo. Lo que más lamenta son los puestos de trabajo que se van a perder, si bien


cree que en su sector el golpe no va a ser demasiado importante. «Eso sí, todo lo que se cierre está mal», sentencia. La noticia del cierre de Azucarera se comenta en cada rincón estos días.


Su repercusión no deja indiferente a casi nadie. Desde el comité de empresa, sin embargo, se muestran «esperanzados» y creen que todavía queda margen para negociar y tratar de encontrar una


alternativa al cierre. «Los trabajadores están nerviosos por saber qué va a pasar, ya que cuando se hacen anuncios de cierre suelen ser medidas drásticas». Los sindicatos aseguran que


seguirán defendiendo que no se cierre la fábrica. «Esto hay que revertirlo. No se puede permitir» y exigen que los políticos salgan en defensa de la continuidad de la compañía. Una de las


propuestas que hacen es que se planteen ertes temporales mientras dure la crisis de precios que existe a nivel mundial, pero tienen claro que es necesario que se movilicen los responsables


políticos. «Sobre todo la Junta, para que presione a la empresa». manifiestan. El que habla es Miguel Santos, secretario del comité de empresa. Sabe lo que es un cierre porque ya lo vivió


cuando bajó la trapa la fábrica de Veguellina de Órbigo. Explica que este martes se reunieron con el presidente de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, con dos consejeras


y con el secretario general de Trabajo de Castilla y León. «Nos dijeron que se iban a mover», revela. Tras el anuncio de cierre hecho el martes y la postura esperanzadora del comité de


empresa, queda por dilucidar cuál será el futuro de la fábrica, pero también el de un sector, el remolachero, que es vital para la zona y para la provincia.