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"Me preocupo por él todo el tiempo", dijo una mujer de 70 años durante una sesión de terapia reciente mientras hablaba sobre su esposo, quien está en la unidad de demencia en un
hogar de ancianos. "¿Cómo puedo estar segura de que no se contagiará el coronavirus ahí?". "La entiendo muy bien", le dije empáticamente, pero después agregué:
"Mientras atravesamos esta pandemia, no creo que pueda dejar de preocuparse por él". En mi mente consideraba cómo podría ayudarla, no a dejar de preocuparse sino a preocuparse en
forma más productiva. Actualmente, los cuidadores tienen mucho de qué preocuparse, como la posibilidad de contraer el coronavirus, sentirse aislados en el hogar, conseguir alimentos y
medicamentos y enfrentar las presiones financieras. Estas preocupaciones son normales y de esperarse; lo que sería sorprendente es que un cuidador familiar no se sintiera angustiado durante
esta crisis. La evolución ha equipado a los seres humanos con la capacidad inherente de preocuparse por razones que podrían amenazar su supervivencia; eso nos ayuda a fijar nuestra atención
en los problemas apremiantes y nos incita a resolverlos. Pero cuando la tendencia a angustiarse aumenta tanto durante momentos estresantes al punto en que las preocupaciones dominan los
pensamientos de los cuidadores, afectan sus patrones de sueño y no les permiten disfrutar la vida, estamos en presencia de ansiedad. A diferencia de la preocupación, la ansiedad no es
normal; es un problema que oscurece nuestro pensar y afecta nuestra capacidad de desempeñarnos de la mejor forma. Cuando es marcada, la ansiedad es debilitante y requiere tratamiento, como
medicamentos o psicoterapia. ¿Cómo pueden los cuidadores familiares hacer uso productivo de su angustia para enfrentar mejor la pandemia sin llegar a la ansiedad? A continuación, presentamos
algunas ideas.