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Cuando hablaba de su madre, Elaine —de 57 años— a veces tenía una expresión de exasperación, hasta de desdén. "Ella no estuvo presente ni por mí ni por mis dos hermanas pequeñas cuando
éramos niñas", dijo durante una de nuestras sesiones de terapia. "Estaba muy ocupada saliendo y divirtiéndose. Nuestra verdadera madre fue nuestra abuela". Elaine manejó su
enojo con la madre durante años al mantener una distancia emocional y física: vivía a más de mil millas de ella. Pero cuando su madre comenzó a sufrir pequeñas embolias, sintió que, siendo
la hija mayor, era su deber volver a su ciudad para cuidarla. Sin embargo, el comportamiento de su madre durante los años en que ella le brindó cuidados la puso más furiosa que nunca.
"Me da órdenes, como si yo le debiera algo", decía. "No le debo nada. Ella no me crio". Es claro que no todas las relaciones familiares son relaciones felices. Como en el
caso de Elaine, los cuidadores que tuvieron un pasado malo con la persona de quien se ocupan pueden tener ahora un presente emocional tenso con ella, especialmente si el cuidado requiere
contacto frecuente y directo e interminables horas en el espacio pequeño del hogar de la madre o el padre. Es verdad que las viejas heridas pueden sanar si hay un espíritu de consideración,
cooperación e incluso de perdón. Pero también es probable que esas heridas se vuelvan a abrir con nuevas confrontaciones y se reavive el dolor. Eso hará que hasta al cuidador con la mejor de
las intenciones le resulte más difícil seguir brindando cuidados.