20 años de los ataques terroristas del 11 de septiembre

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ESPECIALISTA BEAU DOBOSZENSKI, soldado del 3.er Regimiento de Infantería de EE.UU., quien trabajaba como guía turístico en el Pentágono. De repente, un piloto subió corriendo por la rampa


inferior, rojo como una remolacha. Gritó: “tenemos que irnos. Un avión acaba de estrellarse contra el Pentágono”. Fue muy caótico. Había gente en llamas. Los agarramos y apagamos el fuego.


DRA. VEENA RAILAN, oficial médica del Pentágono. Nunca había visto a nadie corriendo de esa forma. Mi primer quemado fue un oficial del Ejército. Tenía quemaduras de tercer grado en el


brazo, y también quemaduras en el pie. Tenía el rostro inexpresivo. Le coloqué un catéter intravenoso y le di algo de morfina. Estaba intentando conseguir una silla de ruedas para él, pero


dijo: “señora, solo envuélvalo, démelo y yo iré caminando”. No creía que él podría caminar con ese dolor. Pero el oficial recogió la bolsa de infusión intravenosa, mantuvo recto el brazo y


se fue a pie. Entretenimiento Paramount+ 10% de descuento en cualquier plan de Paramount+ See more Entretenimiento offers > Al día siguiente, el Pentágono estaba abierto. Y todos


estábamos ahí. Uno de los psicólogos me preguntó: “¿quieres hablar?”. Contesté: “¿hablar de qué? Tengo trabajo que hacer”. Es increíble que alguien tuviera el descaro de usar nuestro avión,


usar a nuestra gente y atacarnos en un edificio que es el orgullo de nuestro país. DIRECTORA DOLCH: habíamos evacuado a todos los alumnos hacia el sur, en dirección a Battery Park. Cuando


cruzábamos al parque, escuché ese sonido que siempre describo como chasquidos, crujidos y estallidos. Me volteé, y pensé que el mundo se había acabado. Cada vez que pienso en eso, tiemblo.


Era una ola de tsunami de polvo y escombros, justo detrás nuestro. CHEF LOMONACO: de repente, mientras miraba las torres gemelas, una de ellas desapareció entre una nube de humo.


Literalmente, desapareció. Había madres con coches, personas mayores, miles de personas que corrían hacia el norte en Church Street y se alejaban del derrumbe. INVESTIGADOR GREEN: fue casi


hipnotizante. Miraba por la ventana y veía la nube de escombros que se acercaba por la calle. Veía a personas que corrían. Y fue como si ni siquiera pudiera moverme. Solo me quedé mirando,


como si no fuera real. JEFE ADJUNTO DEL FDNY CASSANO: nos refugiamos en un garaje al otro lado de la calle del World Trade Center, donde estaba nuestro puesto de mando. Cayó desde arriba una


columna enorme de humo y escombros, y esperamos hasta que se despejara. Los estragos que vimos fueron muy difíciles de creer. Sabíamos que si había sucedido eso en la Torre Sur, sin lugar a


duda también se derrumbaría la Torre Norte. Es por eso que intentábamos sacar a la gente de ahí lo más rápido posible. Me habían golpeado unos escombros, pero no me di cuenta. Tenía


lesiones en la espalda y las costillas, y por eso muy pronto me empezó a costar trabajo moverme. Empecé a averiguar lo que estaba pasando, ver cuántas personas teníamos, intentar saber


cuántas personas estaban desaparecidas, y luego decidir lo que íbamos a hacer. Fue una tarea cansadora. No tenía tiempo de pensar en nada más que en mi trabajo. Trabajábamos 18 horas al día.


WILL JIMENO, agente de policía principiante de la Autoridad de Puertos, quien había acudido desde su puesto en el centro de Manhattan y estaba en el vestíbulo del World Trade Center.


Escuché una explosión enorme. Cuando estaba ahí de pie y miraba hacia arriba, vi una bola de fuego del tamaño de mi casa; todo se estremecía como durante un terremoto. En ese momento, la


explosión me hizo salir volando y me golpeé; quedé tirado en el piso boca arriba. Una pared me cayó encima de todo el lado izquierdo del cuerpo. No se me ocurre otra manera de describirlo:


parecía como si se nos hubieran caído encima un millón de trenes de carga. Luego, de repente, todo quedó callado. Me di cuenta de que estaba en una caverna oscura y no podía moverme. Yo


estaba con el sargento John McLoughlin, quien estaba atrapado debajo de unos escombros, y el agente Dominick Pezzulo, quien tenía algo de espacio para maniobrar. Dominick empezó a tratar de


quitar el hormigón que yo tenía encima. No pudo. Intentó quitarlo durante 15 o 20 minutos. Entonces escuchamos otra explosión. Era la otra torre que se nos venía encima. En ese momento, creí


que moriríamos. Miré a Dominick; algo lo había golpeado y lo hizo caer sentado, literalmente como un muñeco de trapo. Vi que a mi compañero le sangraba la boca. Entonces, dijo: “Willie,


estoy muy mal”. “Me estoy muriendo, hermano. No dejes que nadie se olvide de que morí tratando de salvarlos a ustedes”, dijo. Y yo contesté: “Dominick, nunca dejaré que nadie se olvide de lo


que tú hiciste”. Yo estaba muy angustiado. El sargento McLoughlin y yo seguimos luchando por varias horas más. Me acuerdo de que pensé: ya no puedo más. Solo quería que parara el dolor.


Pensé: Dios, gracias por los 33 años maravillosos. Gracias por mi bella esposa, Allison. Gracias por los cuatro años con mi hija, Bianca. Y gracias por permitirme ser un agente de policía.


Llegué aquí como inmigrante de Colombia, y te agradezco por traerme al mejor país del mundo. Después, vi algo. Podríamos llamarlo una visión o un sueño, como quieras llamarlo. Vi que una


persona caminaba hacia mí, con una toga blanca brillante, sin rostro, con cabello castaño. A lo lejos había una laguna con árboles, muy tranquilo. Me sacudí del sueño con una sensación


renovada de lucha. Pensé: haré todo lo que pueda para intentar sobrevivir. Si no, moriré en paz, sabiendo que lo di todo y que no me di por vencido. Lo único que puedo decir es que las


próximas horas fueron horribles. Como a las 8 esa noche, escuché voces que llegaban desde arriba, a lo lejos: “Cuerpo de Infantería de Marina, ¿alguien nos oye? Si pueden oírnos, griten o


den golpes”. Empecé a gritar a pleno pulmón. Literalmente, estábamos en el epicentro. De hecho, ambos edificios nos habían caído encima. Dos valientes reservistas de la Infantería de Marina


y un civil atravesaron el cerco cuando no debían. Nos encontraron. Me alumbraron la mano con una linterna, pero no pudieron verme porque parecía como un pedazo de hormigón. Hice un gesto con


la mano, y alguien dijo: “ya te vi”. Me sacaron del agujero, y esa fue la primera vez que lloré ese día. Porque no podía ver los edificios. Y dije: “¿dónde está todo?”. Y un bombero dijo:


“todo desapareció, chico”. Después supe que el sargento McLoughlin y yo fuimos los únicos dos que sobrevivimos debajo del World Trade Center. JOEL PERRY, cuyo hermano, John, era agente del


Departamento de Policía de la ciudad de Nueva York (NYPD). John había ido a la jefatura de policía para entregar sus documentos de jubilación, porque era abogado e iba a trabajar para un


bufete de abogados. Tenía 38 años. PATRICIA PERRY, madre de Joel y John: nos contaron que él había dejado su placa de policía sobre una mesa, porque cuando alguien se jubila, siempre


devuelve la placa. Pero luego hubo un anuncio para que todos regresaran a sus puestos: “organícense. Los necesitaremos”. John agarró de nuevo su placa y dijo: “regresaré y llenaré los


formularios después”. JOEL PERRY: él se unió a un capitán y a un sargento, formó una brigada, y salió hacia el World Trade Center. Más tarde un par de personas del Departamento de Policía me


contaron que ellos y otros habían intentado disuadir a John. Le dijeron: “te estás jubilando. Solo vete. Olvídalo. Nos encargaremos de eso, sea lo que sea”. Pero John siguió. Pienso que


entró en acción porque amaba a la ciudad de Nueva York; probablemente consideró [el terrorismo] como un ataque contra él mismo. Estaba en la Torre Sur cuando se derrumbó. Seis meses después,


encontraron su cadáver entre los escombros. STEPHEN M. CLARK, actualmente el superintendente de los Parques Nacionales de Pensilvania Occidental, que incluye el Monumento Nacional Vuelo 93.


Los terroristas se adueñaron del avión a las 9:28 y este no se estrelló hasta las 10:03. Lo que ocurrió durante ese período de tiempo fue nada menos que un milagro. Los pasajeros sabían que


formaban parte de algún tipo de misión suicida y, sin embargo, tuvieron la valentía de votar e implementar un plan para intentar recuperar el control del avión. Sencillamente, se les


terminó el tiempo. Había a bordo 33 pasajeros, 5 asistentes de vuelo y 2 pilotos, junto con los 4 terroristas. El avión se encontraba solo a 18 minutos de distancia de Washington D.C. Esa


mañana, ambas cámaras del Congreso iban a estar reunidas. Había más de 4,500 personas trabajando en el edificio del Capitolio o cerca de esta institución. Allí había congresistas, era el


símbolo increíble de la democracia; y estaban empleados y turistas. Así que no cabe duda de que esas 40 personas salvaron una cantidad incontable de vidas. ROBERT SNYDER, profesor de


Estudios Estadounidenses y Periodismo en Rutgers University, Nueva Jersey. Iba caminando frente al Puerto Marítimo de South Street, y sentí un estruendo debajo de los pies. Miré hacia atrás


por encima del hombro, y vi que la segunda torre se había derrumbado. La escena fue completamente apocalíptica. ANALISTA DE SISTEMAS LAZAROS. Pude ver que la Torre Norte se derrumbaba, y


dije: “ay, Dios mío, esas son nuestras oficinas”. Fue increíble. Tantas personas todavía estaban en los pisos superiores y no podían salir. TERRI TOBIN, teniente del Departamento de Policía


de la Ciudad de Nueva York. Estaba tratando de alejarme de la Torre Sur cuando esta se desplomó. Algo me golpeó en la parte trasera de la cabeza y partió por la mitad mi casco de Kevlar, y


sentí que la sangre me corría por el cuello. El personal de servicios médicos de emergencia me había medio envuelto la cabeza cuando escuchamos gritos de que la Torre Norte se estaba


derrumbando. Tengo una visión de mí misma, corriendo como Carl Lewis. Y en realidad, probablemente fue más como el movimiento en cámara lenta de la película Carrozas de fuego. DAVID LIM, un


agente de policía de la Autoridad de Puertos que trabajaba con un perro labrador amarillo, Sirius, para comprobar que no hubiera explosivos en los vehículos que ingresaban al garaje del


centro de comercio, entre otras tareas. Estaba en el primer nivel del sótano de la Torre Sur, y sentí que se estremecía el edificio. Lo primero que le dije a Sirius fue: “ay, Dios mío, algo


se nos pasó”. Luego dije: “oye, tú quédate aquí. Regresaré a buscarte después de que terminemos el rescate”. Y esa fue la última vez que lo vi. Yo estaba ayudando a guiar a empleados para


que bajaran las escaleras en la Torre Norte, y más o menos en el sexto piso, una mujer estaba sentada en un escalón. Era Josephine Harris, quien ya no podía seguir caminando. Un bombero


llamado Billy Butler y yo agarramos a Josephine de los brazos y la sostuvimos entre los dos. De repente, el edificio empezó a derrumbarse encima nuestro. La mejor descripción sería un


huracán dentro del área de la escalera. Cuando paró, empecé a toser, y lo primero que pensé fue que los muertos no tosen. Que debía estar vivo todavía. Unos cuantos bomberos y yo empezamos a


cavar hacia arriba. Pudimos llegar al próximo piso, donde creí ver una luz, que resultó ser el sol. Creo que fueron los bomberos de Ladder 43, quienes habían llegado con cuerdas y escaleras


de mano. El momento más feliz, si hay que escoger uno, fue cuando nosotros, y Josephine, pudimos ver hacia afuera, hacia el sol, porque supimos que saldríamos. La gente me pregunta: “¿crees


que Dios te salvó por un mayor propósito?”. Me cuesta trabajo aceptarlo, porque casi 3,000 personas murieron y no habían hecho nada malo. No tengo la menor idea de por qué me salvé. CHRISTY


FERER, fundadora de Citybuzz y Vidicom, y antigua corresponsal de televisión, quien estaba casada con Neil David Levin, director ejecutivo de la Autoridad de Puertos. Fui a la zona con


fotos de Neil y se las di a los trabajadores de rescate. Les pedí que lo buscaran. Es probable que haya sido irracional, pero lo hice. Creo que no fue hasta cuatro días después que reconocí


que ya no estaba. HADIDJATOU KARAMOKO TRAORÉ. Su esposo, Abdoul-Karim, trabajaba esa mañana como chef de banquetes en Windows on the World. No quise aceptar que había fallecido. Por eso,


llamábamos a todos los hospitales. De noche, mi hijo mayor, que tenía casi 3 años, me preguntaba una y otra vez: “¿dónde está papi?, ¿regresará?”. Pero cuando vi que el edificio se derrumbó


de esa manera —él estaba en el piso 106 o 107—, pregunté cómo alguien podía estar ahí arriba y que lo salvaran.