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Ahora que comienzo mi labor como directora ejecutiva de AARP, quisiera que nos pongamos el desafío de reconsiderar lo que significa envejecer. Transformemos el envejecimiento. Cambiemos
radicalmente nuestra manera de pensar qué significa volverse mayor. En realidad no tiene que ver con el envejecimiento, sino con vivir la vida. Para transformar el envejecimiento,
necesitamos apropiarnos de nuestra edad. Necesitamos llegar a un punto en el que ya no estemos definidos por las viejas expectativas de lo que deberíamos o no deberíamos hacer a cierta edad.
No queremos que nos defina nuestra edad más de lo que queremos que nos defina nuestra raza, género o ingresos. Francamente, estoy cansada de que otros me definan de esa manera. Quiero que
todos me definan por quién soy, no qué edad tengo. La transformación del envejecimiento empieza cuando cada uno de nosotros acepta nuestro propio envejecimiento y se siente cómodo con su
lugar en la vida. Todos hemos visto los anuncios en la televisión y las revistas: “los 50 son los nuevos 30” o “los 60 son los nuevos 40”. Esto puede parecer un sentimiento bonito, pero como
alguien que nació en 1958 —el año en que la Dra. Ethel Percy Andrus fundó AARP—, no estoy de acuerdo. En primer lugar, enfrentamos desafíos distintos y tenemos metas diferentes de los que
tienen 30 o 40 y pico. Nuestras motivaciones son diferentes. Vemos el mundo a través de una lente forjada por los subibajas de la vida y la sabiduría ganada de dichas experiencias. Yo no
quiero volver a tener 30 años. Quizás quiera parecer y sentirme como de 30, pero me siento muy cómoda con mi edad. Soy una persona más resuelta debido a las experiencias y sabiduría que me
dieron esos años. Apostaría que la mayoría de ustedes diría lo mismo. De hecho, nos entusiasman los años venideros y no contemplamos los días que ya pasaron. No, los 50 no son los nuevos 30.
Me gusta pensar que los 50 son los nuevos 50, y me gusta cómo se ve. Estamos redefiniendo lo que quiere decir tener nuestra edad.