Peregrinaje al santuario de nuestra señora de fátima

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Mi primer peregrinaje a Fátima comenzó el 8 de mayo de 1968, cuando tenía 22 años. Con gran expectativa por la caminata de tres días que nos esperaba, mi abuela y yo salimos de nuestra aldea


de Gafanha da Boa Hora, al norte de Portugal. El día se hizo noche, y nosotras continuamos nuestro andar a lo largo de la costa, pasando por pueblos y aldeas, uniéndonos a otros peregrinos


en el camino y descansando de a ratos en el campo antes de volver a continuar. Parte frontal de la tarjeta postal enviada de Fátima por Lidia Jesus da Rocha Queirós a su esposo, José Marques


Queirós, en 1968. Cortesía Lidia Jesus da Rocha Queirós Esa primera vez, al igual que todas las otras veces que siguieron, yo llevaba una lista con los nombres de todos los miembros de mi


familia. Era una forma de llevarlos conmigo y pedirle a _Nossa Senhora_ que los protegiera. A medida que caminábamos, mi pensamiento se enfocaba cada vez más en mi hermana mayor, Lete. Al


igual que muchos en esa época tumultuosa, ella se había ido de Portugal a Venezuela y estaba viviendo allí con su esposo. Había pasado más de un año desde que la había visto y la extrañaba


terriblemente. Tarjeta postal enviada de Fátima por Lidia Jesus da Rocha Queirós a su esposo, José Marques Queirós, en 1968. Cortesía Lidia Jesus da Rocha Queirós A medida que pasaban los


días y las noches, mis pies hinchados se llenaron de ampollas, con el largo de las horas sentía mi cuerpo cada vez más pesado, pero mi fe me impulsaba a seguir. Se supone que el peregrinaje


es un sacrificio, pero yo sentía que Nuestra Señora me daba fortaleza y confort, caminando a nuestro lado mientras nos acercábamos al santuario. Y entonces, justo cuando piensas que nunca


llegarás, aparecen los carteles de la ruta que dicen “Fátima”. Lidia Jesus da Rocha Queirós y su prima, Armanda Lucas, llegan al santuario en Fátima, después de tres días de peregrinaje.


Cortesía Lidia Jesus da Rocha Queirós Llegamos a Fátima el 11 de mayo, dos días antes del aniversario de la primera aparición de la Virgen María allí el 13 de mayo de 1917. Recuerdo


perfectamente contemplar el espacioso santuario, ver a otros peregrinos arrastrándose de rodillas, y sentir que el suelo bajo mis pies era sagrado. Cuando entré al santuario la pesadez de mi


cuerpo desapareció, sentí que mis pies y mi alma eran livianos como una pluma. Es difícil de explicar a menos que lo hayas vivido, pero visitar Fátima no es solo ir hasta allá, echar una


mirada rápida y volver el mismo día. Tienes que _estar _ahí con tu fe y arrodillarte a los pies de Nuestra Señora y rezar el rosario, reflexionar, dar gracias y sentir su presencia.