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Cualquiera que haya padecido una enfermedad grave o haya tenido a un ser querido con su salud comprometida, sabe que tanto familiares como amigos pueden decir las palabras adecuadas y,
también, las más inadecuadas. Luego de que mi madre se enfermara súbitamente y falleciera el año pasado, una mujer a quien ella consideraba una buena amiga se acercó a mi padre justo antes
del sepelio y le dijo: “Últimamente tengo dificultades para descargar libros en mi Kindle. ¿Crees que podrías hecharle un vistazo luego y darme una mano?” (No lo estoy inventando.) Y todavía
recuerdo la conmoción que sufrí hace unos cuantos años, cuando a mi hija de 8 años se le diagnosticó leucemia, y un amigo mío no tuvo nada mejor que decirme que “Bueno, por algo pasan las
cosas”. (¿En serio? ¿Se supone que eso me haría sentir mejor?) Mi compañera de trabajo tiene una anécdota aun mejor: Era el segundo día de internación de su madre en un centro para enfermos
terminales, cuando una conocida de la iglesia fue a visitarla, se sentó en una silla al lado de la cama y le dijo a la enferma: “Bueno, has vivido una vida hermosa, has podido hacer cosas
maravillosas. Es tiempo de partir y de estar con Dios”. Ninguno de estos sucesos sorprenden a Letty Cottin Pogrebin, de 73 años, autora de _How to Be a Friend to a Friend Who's Sick_
(Cómo ser amigo de un amigo que está enfermo). Esta autora y periodista veterana ha oído de todo, en gran parte debido a su convalecencia como paciente de cáncer de mama en el 2009. Durante
los largos períodos que pasaba en las salas de espera del hospital, empezó a conversar con los pacientes, a intercambiar anécdotas con ellos y, finalmente, a pedirles consejo sobre qué
decirle —y qué no decirle— a alguien que padece una grave enfermedad. Los ejemplos que figuran en su libro sobre lo que no se debe decir cubren todo el espectro, desde reacciones poco dignas
ante un diagnóstico como: “¡Guau! ¡Una muchacha de mi oficina acaba de morir de eso!” hasta las insustanciales como: “Quizá es lo mejor que podría haber pasado” o “Dios aprieta, pero no
ahorca”. Pogrebin despliega una ancha red en su libro, en el que ofrece sugerencias aplicables a diversas situaciones difíciles, entre las que se incluyen cómo recordar qué enfermedad tiene
tal o cual amigo, una eventualidad cada vez más común cuando se es septuagenario. En sus escritos, nos indica cómo demostrar compasión a alguien enfermo de Alzheimer, a aquellos que padecen
una enfermedad terminal y, en un capítulo titulado “Lo peor de todo”, a esos padres que han perdido a un hijo a causa de una enfermedad. Ella también nos ofrece algunas alternativas a la
frase pronunciada casi como por acto reflejo, “Dime si hay algo que pueda hacer por ti”, que transfiere al paciente o a su familia la carga de pedir por la ayuda que se precisa, algo que
puede incomodarles. “Está bien decir: ‘¿En qué puedo serte de ayuda?’, en tanto y en cuanto usted lo reafirme diciendo algo así como: ‘No lo digo por decirlo, lo digo de verdad’”, explica
Pogrebin. “Luego, sugiera algunas cosas que crea que puedan ser útiles y que esté realmente dispuesto a hacer”.