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“I’m not sure anymore/ Just how it happened before/ The places that I knew / Were sunny and blue/ I can feel it deep inside / This black nigga’s pride/ I have no fear when I say/ And I say
it every day: Every nigga is a star” Every nigga is a star, Boris Gardiner
El músico jamaiquino Boris Gardiner escribió con frenesí hace cinco décadas una canción que resistía con soul una fórmula: “every nigga is a star” “todo negro es una estrella”. Cuando el
cantante acopló el ritmo de aquellos lugares familiares, donde el sol y el azul se sobreponían en un sentimiento, auguraba la compañía de Barry Jenkins en la dirección de Moonlight –Luz de
luna– uno de los films con más apuestas para los premios de la Academia este 2017 que de hecho se hizo con el galardón de Mejor Película, y que desde su estreno ha ganado 127 premios
incluyendo el Globo de Oro a Mejor Película Dramática.
Basada en una obra de teatro escrita por MacArthur Fellow y Tarell Alvin McCraney llamada ‘In Moonlight Black Boys Look Blue’, el nombre de la película suscribe un dicho que sostiene que a
la luz de la luna los hombres negros parecen azules. En Moonlight los silencios y las imágenes entrelazan la realidad de dos de los puntos más sensibles e incómodos para la historia
americana: el color de la piel y la orientación sexual. De esta forma la película se aleja de lo rutinario para exponer con tan solo diez minutos de cinta la claridad de que no es otra
historia más sobre la raza, los colores y las adicciones, si bien ambos están evidentemente presentes en el contexto.
Ese contexto enfoca la vida de un joven que intenta descubrir exactamente quién es, qué palabra lo describe y cómo encaja esta con su sexualidad. En los años 80 y 90 cuando Estados Unidos
pasaba por la llamada “epidemia del crack” -que se presentó como un enorme incremento del consumo de esta droga y sus casas fabricantes en las grandes ciudades- el barrio Liberty City de
Miami, uno de los más pobres y peligrosos de los extremos de esta ciudad de palmeras e inmigrantes en la realidad es el paisaje que recorre todos los días Chiron: pobre, afroamericano,
confundido, demasiado estigmatizado pero alejado de todos los estereotipos que el cine ha presentado cuando busca mostrar a los “marginados”.
Moonlight es una biografía dramatizada, la ficción se expresa mediante las experiencias reales de la vida e infancia de su director y co-guionista Barry Jenkins y Tarell Alvin McCraney
–ambos tuvieron madres drogadictas y crecieron en Liberty City, pero solo la madre de Jenkins sobrevivió-. Estos lograron sumergir la voz de un retrato universal que pocas veces se ha
conjugado en el cine: el personaje afroamericano contemporáneo que rompe con el arquetipo de hombre dominante y excesivamente masculino, ese que huye de las vulnerabilidades y los lugares
sensibles por temor a la opinión pública.
Desde la primera toma la estética y la fotografía de Moonlight se imponen para llevar al espectador a un camino de luces azules y música soul que acompañan la vida de Chiron –interpretado
por Alex Hibbert en el primer acto-.
Un niño de 9 años busca su lugar en un espacio hostil e intolerante en donde es más fácil esconderse y aceptar la verdad de los demás que indagar en la propia. Un automóvil azul turquesa
conducido por Juan (Mahershala Ali, Ganador del Oscar a Mejor Actor de Reparto) –un narcotraficante al rescate- estaciona en una zona residencial a pleno sol para patrullar la esquina donde
su negocio prospera; una mochila azul es perseguida entre los matorrales por otras más grandes y de colores más amenazantes; un niño le pregunta a un hombre qué es ser “faggot” o “marica” y
si esa palabra lo define; un hombre le enseña a nadar a ese niño evitando que su confianza naufrague; dos niños –Chiron y Kevin (interpretado por Jaden Piner)- juegan a verse sin mirarse y a
entender porqué tienen que fingir para sobrevivir.
De los silencios y las preguntas urgentes de la niñez la historia salta al Chiron adolescente interpretado ahora por Ashton Sanders. Es difícil hallar al pequeño de 9 años en esta nueva
identidad de no ser por la mirada y el caminar, que siguen tan cautivas y pacientes como antes. Las contantes persisten: la timidez incómoda y el abuso escolar, el deterioro de una madre
adicta al crack, su relación con Kevin (ahora interpretado por Jharrel Jerome) con el que desarrolla una escena de primeras experiencias que podría ser la envidia de cualquier película de
amor rutinaria. La playa vuelve a ser ese lugar seguro en donde Chiron descubre que entre temperaturas y colores está bien ser él mismo en el mar.
Ahora interpretado por el ex-atleta Trevante Rhodes, Chiron dejó atrás su torso flaco y alargado de adolescente para surgir como un jefe traficante de drogas en las afueras de Atlanta.
Conocido por el sobrenombre de «Black» esta nueva figura imponente y saturada de músculos y marcas, dientes falsos, zarcillos de plata y una vida que busca sobreponerse en un disfraz al
pasado, se esconde en flexiones y dólares para evitar que los estereotipos o cualquier elemento que pudiera ser considerada como “gay” lo alcance. Esta vez Kevin es interpretado por André
Holland; luego de una ausencia prolongada este reaparece en la vida de Chiron para saldar cuentas y recordarle entre silencios que el amor persiste en otras frecuencias, una que combina con
el soundtrack de Barbara Lewis y Aretha Franklin.
Los tres actos de la película están unidos por un personaje con distintas caras y edades, pero marcado por las mismas escenas: el abuso escolar, una madre drogadicta, una mano amiga, una
serenidad alarmante y una confusión que no sabe cómo preguntar; un amor mal visto por la sociedad y una situación tan específica como universal de la que Jenkins –el director- afirma:
“La película es sobre unos personajes muy específicos, en un vecindario muy específico pasando por situaciones igual de específicas, pero también está la “manifestación” sobre la experiencia
negra. Esa manifestación está filtrada solamente por mi experiencia y la de Tarell. Me aproximé al tema de la sexualidad como un aliado y a través de un lente de empatía, no poseo una
perspectiva en primera persona sobre lo que significa ser un hombre de color homosexual en América, pero Tarell sí”, sostiene.
A pesar del apoyo de la crítica Jenkins recibió insultos en Twitter acusándole de realizar una película que amenaza la masculinidad afroamericana, precisamente el estereotipo que quiere
desterrar con sus tres actos. Por eso Moonlight es tan atemporal como esencial para escenificar una realidad que el cine ha combinado y explorado muy pobremente. Asimismo, se abre un debate
sobre la masculinidad de los hombres homosexuales, la esencia natural de ese machismo esperado por la sociedad, los prejuicios y los clichés que llevan a esta película a montarse en las
preguntas que nadie hace: ¿Qué tan duro se supone que tienes que ser? ¿Qué tan cruel, tierno, valiente tienes que ser? Es aquí en donde el crimen y la violencia que adornan los films
americanos de este tipo resaltan porque se muestran como hechos de vida pero no por eso como una suma de actos condicionantes.
Moonlight es además una película independiente con un presupuesto extremadamente limitado: $1.5 millones de dólares. Entre la crítica se ha destacado por saber transgredir los lugares
comunes de los films “indies” actuales en donde el estilo documental es evidente, para así rastrear las situaciones reales de personajes que viven al margen de la sociedad. Pero la elegancia
de esta pieza, en donde los colores son osados y estéticos pero perfectamente en sincronía con la visión del personaje ante el mundo, se sobrepone al presupuesto.
La fotografía a cargo de James Laxton expone una paleta que refleja las esperanzas y decepciones diarias que se podrían presenciar en un barrio norteamericano. Tanto Jenkins como Laxton, el
productor Adele Romanski y la editora Joi McMillon – la primera mujer afroamericana en ser nominada a un Oscar por edición en una película- han trabajado juntos desde hace 15 años.
Una lección de nado se convirtió en una de las escenas más trascendentales y poderosas de la película. Cuando Juan enseña a Chiron a nadar, Mahershala Ali está realmente enseñando a Alex R.
Hibbert a nadar ya que antes de comenzar el rodaje este no sabía hacerlo. Jenkins aseguró en una entrevista con la revista Times de New York:
“Miami está rodeada de agua, siempre está presente. Sentí que debía haber un momento de transferencia espiritual entre los dos personajes, la idea de una lección de nado pareció el lugar y
momento adecuados para hacerlo”.
El director, que buscaba una escena de inmersión en donde la audiencia se sumergiera con el agua pero mantuviera la respiración en la superficie, igual que el personaje de Hibbert, logró la
escena en nueve tomas ya que se avecinaba una tormenta. Además, Jenkins afirma que a pesar de ser de Miami no se siente cómodo en el mar, por eso la escena fue tan importante para él.
Periodista venezolana basada en Berlin. Estudiante de literatura y entusiasta de los libros y las palabras. Escribe sobre cultura para The Objective… Ver más
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