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Algunos derechos, como la vida o la integridad física, tienen una fácil caracterización. Podemos discutir grados o potencias, pero matar o dañar son conceptos evidentes ... en su significado
más simple. Otros derechos, más recientes, son mucho más difíciles de definir. Tanto, que acaso sólo pueda aspirarse a describir un concepto con contornos de muy difícil determinación. Así
es el derecho a la intimidad, que todos tenemos, pero que en cada caso se ha de concretar. Además, los derechos pueden vulnerarse en sucesos cuya prueba no siempre es evidente, en una
realidad de la que rara vez podemos conocer toda la verdad. Así, no es imposible que la publicación de los mensajes de Pedro Sánchez que estamos viendo estos días supongan la comisión de
algún delito, aunque podría no ser en absoluto así. Las filtraciones, para los casos publicables, son uno de los más graves problemas que ensucian nuestros procesos judiciales. Y, en gran
parte, porque están completamente normalizadas. Se asumen ya no sólo como cotidianas, sino como inevitables, y no especialmente reprochables. Incluso de forma cómplice esperamos, confiados
en la fiabilidad de las corruptelas de los empleados públicos, que podremos saberlo todo, y en breve. Sin embargo, no las tomamos todas igual. Cada uno califica la gravedad según toque más o
menos a los suyos. De esta forma, una posible filtración del fiscal general puede ser defendida como una cuestión menor, mera excusa para una causa judicial política. Al mismo tiempo, los
mensajes ahora publicados pueden ser considerados como un delito impensable frente al que la Justicia está obligada a actuar. En la comparación, incluso la posibilidad de que fuera alguien
de Ayuso quien lo filtrara, no queda muy lejos de la posibilidad de que fuese el mismo Ábalos, o alguien de los suyos, quien lo haya filtrado esta ocasión. Para cerrar los paralelismos,
queda ver si, en este caso, hay alguien que haya borrado su teléfono y datos varias veces en cuanto temió una investigación. Aunque puede que dé igual, pues lo verdaderamente importante es
que las comunicaciones personales, tipo «Luis, lo entiendo, se fuerte» o «Feliz Navidad, amiguito del alma», son sólo y siempre relevantes cuando afectan a los demás. Más allá de la posible
filtración, incluso si los hubiera trasladado Ábalos, podría haber afectación de la intimidad de Pedro Sánchez. Desde el punto de vista jurídico de la importancia de la información, cabría
disociar la dimensión personal del mensaje de la relevancia pública del contenido. Es decir, si se tratara de las preferencias sexuales de Sánchez con su pareja, o de Feijóo con la suya, o
hasta de los cuatro juntos, probablemente podría considerarse una cuestión estrictamente personal. La mayoría de contenidos, sin embargo, se hacen relevantes por la máxima dimensión pública
del presidente, pues no hay otro sujeto en España cuyas actuaciones tengan mayor relevancia ni, por lo tanto, mayor exposición: aspectos de la vida de un profesor que podrían ser meramente
personales, tendrían interés público en cuanto afectaran, aun indirectamente, al ejercicio de la Presidencia del Gobierno. Al margen de lo anterior, lo cabal sería intentar, cada uno de
nosotros, limitar nuestra irreductible hipocresía y juzgar a cualquier otro desde los parámetros de humanidad que bien conocemos y practicamos. Los seres humanos tenemos muchas relaciones,
del amor al interés, pasando por la simpatía, tolerancia o el rechazo. Todos ustedes, en sus conversaciones personales, habrán utilizado un exabrupto sobre algún amigo o familiar, aunque los
quieran. Puede que hasta de su pareja. Decir, dentro un ambiente de competidores como es un Gobierno, que una ministra es «una pájara», o hasta que Pablo Iglesias es un «maltratador», no
queda fuera de lo esperable. De hecho, aunque tenga relevancia el implacable control orgánico de Pedro Sánchez entre los suyos, tampoco puede sorprender que el líder de un partido llegue a
serlo por características distintas a su empatía, amor y comprensión. Sí es muy grave la insinuación de poder castigar a sus barones díscolos –y a las comunidades que gobiernen, como
víctimas colaterales– a través de los Presupuestos Generales del Estado; pero no mucho peor que otras concesiones, por todos conocidas, practicadas en las cloacas inevitables de nuestra
negociación política, conducida entre prebendas y subastas. No sé qué más queda por salir. Veremos. De momento, me parece poco sorprendente el retrato del Pedro Sánchez que parecía ser, para
bien o para mal, según las filias de cada uno, y el idealismo o autoengaño de cada cual respecto a en lo que consiste el conseguir y conservar el poder.