Volando con el enemigo | la verdad

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Barrio Chino de Bangkok, lunes 21 de abril. Un poste de la luz acumula no menos de 3.000 cables que se dirigen a los ... cuatro puntos de la calle. La imagen es tan flipante que Carolina,


Hugo, Martina y yo nos hacemos fotos ante la masa negra y anárquica preguntándonos qué pasaría si un cortocircuito hiciese arder uno. Hemos alquilado una casita en Thonburi, el viejo centro


de la ciudad, una cabaña de madera blanca, recién restaurada, con celosías en la parte superior para que el aire corra y se mantenga fresca. Las lagartijas se comen a los mosquitos y por las


noches bebemos cerveza Chang helada en la terraza que da al canal mirando a los lagartos monitor, grandes como cocodrilos, pescar entre barcas de colores. Casas bajas de gente humilde y


buena. En unos pocos metros cuadrados está su casa, su tienda y su almacén y por la noche juegan con sus hijos en el suelo con las puertas abiertas al calor húmedo. Tienen gatos y uno de


ellos pasó a ser temporalmente nuestro. Era gris, muy bonito y con unos testículos enormes. Como en casa reina la adolescencia, le pusimos de nombre 'Gatito Cojonazos'.


Disfrutábamos nuestra lejana realidad cuando Hugo y Martina entraron gritando en nuestra habitación «se ha muerto el Papa, se ha muerto el Papa» y, sin querer, nos devolvieron a Europa. La


muerte del Papa no apareció en ningún periódico tailandés ese día y muy poco el siguiente. Nos habíamos propuesto en nuestro deambular por el país de los thai saber qué les había parecido el


terrible asesinato del doctor Edwin Arrieta a manos del cocinero Daniel Sancho para publicar un artículo aquí, pero nuestros vecinos no lo conocían, tampoco en los restaurantes. El


asesinato ocurrió en Ko Samui, al sur de país, muy lejos, así que cogimos un avión y nos fuimos a Patong, en la zona de Pukhet: el paraíso. En el taxi preguntamos si conocían a Daniel Sancho


y el hombre nos dijo que no y que de dónde éramos. Españoles. Que dónde estaba España, nos pregunta. Nadie allí conocía a Daniel Sancho. Le contratamos un curso de cocina para los cuatro a


un chef local llamado Woody. Al preguntarle nos dijo que no, que cocineros famosos solo conocía a Gordon Ramsey, pero que asesinos no caía. Nuestras compañeras de curso, dos sudafricanas


rubias y ricas, estaban muy interesadas en la historia pero tampoco lo conocían. Aunque lo que nos mató fue que no sabían qué era la paella. NO ES QUE TAILANDIA ESTÉ MUY LEJOS, LOS QUE


ESTAMOS MUY LEJOS SOMOS NOSOTROS Con lo de no anunciar la muerte del Papa ya nos habían explicado claro que Europa estaba muy lejos y tan importante no era pero, si aquí nadie conocía a


Daniel Sancho, ni ellas sabían qué era la paella, si el taxista no sabía dónde estaba España y nadie en ningún sitio hablaba castellano, ¿no sería que los españoles no somos el centro del


mundo? Seguimos preguntando a todos si conocían a Daniel Sancho y nada. Lo más que conseguimos es que algún tendero nos dijera 'buongiorno' confundiendo Italia con España. La


experiencia nos enseñó que, como mucho, somos el centrito de nuestro mundito, que el planeta es muy grande y que no es que Tailandia esté muy lejos, los que estamos muy lejos somos nosotros.


Pero la cura de humildad llegó cuando llegamos al aeropuerto de Bangkok para acabar con nuestro viaje al país de ensueño. Desde más de 50 metros nos llamó una pantalla grande en las zonas


de embarque. Un rótulo decía 'Blackout in Spain'. España aparecía ya al final del trayecto y en una tele. Y con una alarma. Y en letras rojas con un fondo de gente que iluminaba


una calle de Madrid con las linternas del móvil. Parecía un tráiler de 'Apagón en Nueva York' aquel horror de los 70. Inmediatamente un amigo nos mandó un 'whatsapp':


«Han sido los rusos». Por WhatsApp, un 'trastornao' me dice que hay que sacar al ejército a las calles, que los rusos han empezado una guerra híbrida provocando saqueos y


violencia. Para cuando vamos a embarcar un ejército de conspiranoicos ya ha despegado. Putin vengándose de nosotros y mis hijos flipando porque España no hace frontera con Rusia y no saben


cómo nos vamos a pelear con ellos, que si mandando aviones o barcos o qué. Todo es tan interesante que aburre. Entonces subimos al avión y todos son rusos. Vienen de Pukhet, el paraíso de


las falsificaciones e inevitablemente visten unas Nike Air Vuitton, que valen como 6.000 pavos originales, una mariconera de Gucci y una camiseta de Armani o de Versace. Ellas, un bolso de


Vuitton, camiseta Dior y unas zapas de Balenciaga. Es el uniforme del enemigo que quiere acabar con España. Y nos sentamos con ellos con esa sensación extraña de volar con una gente de un


país que te quiere matar, o eso decían las redes. El enemigo pasó el vuelo durmiendo mientras la baba le caía sobre la camiseta falsa. Intercambio en Abu Dhabi y un nuevo avión sin rusos,


porque no los dejamos entrar a España por la guerra de Ucrania. A los israelíes sí. Feliz, como Ulises tras el largo viaje, en Barajas me emocionó ver a la Policía Nacional pedirme el


pasaporte en español. Llegamos a Murcia y me ocurrió algo nuevo. Mi ciudad me pareció europea. Profunda, amable y modernamente europea. Y me acordé de que me encanta vivir aquí.