Usted no tiene opinión | la verdad

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El maestro Perona, que no fue un torero ni delantero centro del Barcelona sino el cerebro más feroz que he conocido, me anticipaba un día ... los inimaginables absurdos a los que podía


llevar el abuso de la democracia. Inimaginables, he escrito. Perona tendía de forma natural al surrealismo. Sus hipérboles se le enroscaban en la voluta del perenne cigarrillo, formando dos


serpientes malignas que se iban girando por el aire, muy alto. Tras un rato poniéndome ejemplos cada vez más disparatados, dijo, con la cara de cabreo impresionante que ponía en sus momentos


más humorísticos: «Piensa que llegamos al extremo de que haya una consulta pública en mi comunidad de vecinos sobre si me deben operar o no de apendicitis». Jo, jo, jo. En España ya estamos


en ese imposible momento. Y afortunadamente el maestro Perona no ha vivido para verlo. El Gobierno está, ahora mismo, haciendo una consulta pública para que todos los españoles opinen sobre


si la opa del BBVA para absorber el Banco Sabadell les parece chulísima, o no. No me cabe la menor duda de que sir Winston Churchill, una vez vaciados tres cuartos de botella de brandy


andaluz en su pata hueca para reponerse de la impresión mañanera sobre esta noticia, hubiese dicho ante esto que, a veces, la democracia es el mejor sistema político, sólo a condición de que


no tengamos a mano una buena tiranía sangrienta. La democracia se sostiene en que la gente vota sobre lo que no sabe pero debería saber, y está bien que así sea, este es el pacto social con


el que, de aquella manera, hemos ido tirando. El problema viene cuando la gente opina sobre lo que no tiene por qué saber. Por ejemplo, si un vecino debe ser operado o no de apendicitis, o


si una opa de absorción es o no lo mejor para la salud del sistema bancario. Las opiniones, al revés de lo que dice una frase popular, no son «como los culos, que cada uno tiene la suya».


Sobre las cosas delicadas y de cierto vuelo conceptual, la mayoría de la gente no puede permitirse tener una opinión. Y, sobre todo, darla. Y, menos, en un volante con timbre público de


garantía. Consulte al pajillero del quinto sobre si deben someter o no su corazón a un triple baipás urgente, ya me dice usted cómo le va.