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Ella es una preciosa joven que, además de ser bella por dentro, está forrada de una belleza que le permitiría ostentar cualquiera de esos títulos ... precedidos por la llamada gatuna de
'mis, mis', pero ahora, circunstancialmente –y digo e insisto: circunstancialmente– está recibiendo tratamiento oncológico, lo cual, visto en perspectiva, supone una ventaja.
Porque si estuviera en otro de los muchos países que componen este fragmentado planeta y que se encuentran en guerra, en pobreza extrema o sin posibilidad alguna de recibir tratamiento, ni
siquiera estaríamos hablando de ello. Pero no, resulta que está en España, con acceso a médicos, tecnología, cuidados, cariño y a una red de amigas que la acompaña. Por ahora, el título que
le ponemos quienes la queremos es Miss Quimioterapia, para que pronto podamos llamarla, con alegría, Miss Sanada. Y, aun así, con todo este amor, con esta lucha digna y esta esperanza en los
ojos, se mantiene viva una vieja y dolorosa costumbre que debemos empezar a desmantelar: esa frase letal que aparece cada vez que alguien fallece de cáncer. La han oído ustedes muchas
veces: «Ha fallecido tras una larga y penosa enfermedad». Y yo me pregunto: ¿por qué seguimos repitiendo esto sin pensar en lo que transmite? ¿Por qué perpetuamos esta narrativa monocorde
que solo habla del sufrimiento y de la inevitabilidad de la muerte, cuando muchas personas están viviendo, curándose y superando semejante azote? ¡Basta ya! Esa frase, esas pocas palabras
que se deslizan como una formalidad contienen la semilla de la desesperanza. Son palabras que se clavan como dardos en el corazón de quienes están en mitad de un proceso de sanación,
haciéndolos dudar, desanimarse, mirar hacia el abismo en lugar de al horizonte. Son tan desalentadoras que a veces conducen a la pregunta equivocada: no «¿Cuánto me falta para sanar?», sino
«¿Cuánto me queda de esta laaaaarga y peeeeenosa enfermedad?». Decir «larga y penosa enfermedad» es reducir la historia de una persona a su sufrimiento. Es borrar sus momentos de alegría, su
valentía, sus logros, sus ganas de vivir. Es poner el foco en la enfermedad en lugar de en la persona. Y eso no es justo. No es justo para quienes luchan, ni para quienes acompañan, ni para
quienes ya no están. Porque, incluso quienes mueren, mueren con dignidad, con historias complejas, llenas de amor, coraje y momentos que no deben ser silenciados por una fórmula hecha de
tristeza impersonal. ¿Acaso cuando alguien muere en un accidente decimos «tras un choque penoso» o «tras una caída larga y dolorosa»? No. Simplemente se dice que ha fallecido, con respeto,
sin añadidos innecesarios. Entonces, ¿por qué cuando se trata del cáncer se siente casi obligatorio añadir esa coletilla lúgubre? Es preciso que empecemos a cambiar la letanía, a quitarle
dramatismo innecesario a las palabras y a cargar de luz las expresiones que usamos. Si alguien muere, digamos que falleció. Y si queremos añadir algo más, que sea con amor, con humanidad,
con el reconocimiento de su lucha, sí, pero también de su alegría, de sus momentos de paz, de su legado. Digamos «murió rodeada de amor», «murió como vivió: con coraje». O simplemente:
«murió. Y la recordamos con cariño». Porque hay muchas personas que están vivas, sanando, en tratamiento, caminando día a día con la cabeza alta. Porque la medicina avanza, porque el cuerpo
es sabio, porque el alma es fuerte. Porque hablar de cáncer ya no debería ser sinónimo de muerte, sino de cambio, de prueba, de oportunidad para amarse más, para priorizar lo importante,
para descubrir nuevas fuerzas. Y sobre todo porque necesitamos esperanza. No esa esperanza ingenua que niega el dolor, sino la verdadera, la que camina con el dolor de la mano, pero no se
rinde. La que mira de frente, sin miedo, sin frases hechas, sin pronósticos robóticos. La esperanza que permite decir: «Estoy aquí, estoy luchando. Y no soy una enfermedad: soy una persona
con un futuro». Así que no, no más «larga y penosa enfermedad». Digamos la verdad, toda la verdad: que vivir es complejo, que sanar es posible, que el amor sostiene y que cada persona merece
ser narrada con dignidad, incluso en su último capítulo y, por supuesto, mucho más durante los que aún está escribiendo.