Gabriela mistral: 80 años del nobel de literatura | la verdad

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Teresa Zataraín Sábado, 31 de mayo 2025, 07:42 | Actualizado 07:48h. Comenta Compartir Por circunstancias históricas excepcionales, aquella edición del Nobel -diciembre de 1945- tuvo que ser


intensa y significativa: Estocolmo reanudaba su solemne ceremonia tras cinco años suspendida, justo los que había durado la Segunda Guerra Mundial. Y quizás para mitigar el rastro de


asolamiento que todavía envolvía Europa, sumida en plena contienda solo tres meses antes, volvió la Academia sus ojos a la poesía, lo que no ocurría desde 1923, cuando concedió el Nobel de


Literatura al poeta irlandés William B. Yeats. Por tanto, Gabriela representaba también un esperado retorno; y después de su elección, de hecho, otros nombres de poetas -como Hesse, Gide,


Eliot, Faulkner, o como nuestros Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre- se hicieron con el galardón, recuperando la lírica su cadencia en el certamen. Según recogen los registros, la obra


de Gabriela Mistral, que fue autora también de prosa, era sin duda merecedora: «inspirada por poderosas emociones, ha hecho de su nombre símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el


mundo latinoamericano», justificó la Academia, que destacaba igualmente el contenido humanista, la pureza del sentimiento, la fuerza del estilo y «el vigoroso y apasionado lenguaje


-comprimido casi hasta romperse- que fluye en la poeta». En verdad, no puede haber mejor definición de su obra, y yo diría que incluso de su persona. Y así, si el objeto literario quedaba de


sobra cubierto, Gabriela cumplía también el espíritu fundacional que el propio Alfred Nobel imprimió al certamen, y que incluso expresó en su testamento: al talento creador del candidato


había que sumar su legado humanitario. El hecho es que Gabriela Mistral, además de escritora prolífica, había sido maestra rural en su juventud, en las lejanas montañas de Chile; como


también lo fuera Selma Lagerloff, primera mujer que recibió el Nobel de Literatura en 1909 y a la que Mistral admiraba hasta el punto de haber escrito su semblanza. A juicio de la Academia,


Gabriela defendió en su magisterio -al igual que su antecesora- valores tan destacables como «la misericordia, la maternidad y los alimentos primordiales de la vida humana». Desde su labor


pedagógica iniciada en los pueblos de Chile -de donde era oriunda-, convencida hasta la médula de que la educación podía cambiar la vida de las personas, viajó luego a México como asesora,


para ayudar al gobierno de la nación en sus planes de reforma educativa; en concreto, en la mejora de la enseñanza rural. Fueron dos años decisivos para la escritora. Así que México quedó


indeleble en su recuerdo, y abrió la espita de un impulso viajero que ya no cesó de por vida, alimentado y sustentado a la vez por una intensa labor diplomática. Tras distintas tareas de


representación en Europa, fue Gabriela Mistral la primera mujer cónsul de Chile, y desde esta posición relevante expresó sus inquietudes sociales -a menudo a través de su pluma-, difundiendo


su visión en pro de un mundo más justo e igualitario. Entre labores diplomáticas pasó en Europa una década decisiva -Italia, España y Portugal-, hasta que en 1940 la guerra forzó su salida


y fue destinada como cónsul de Chile en Brasil. Por tanto, la poeta elegida para el Nobel de Literatura en aquella edición extraordinaria de 1945 no era solo una escritora insigne, sino


testigo de primera línea de una etapa crucial de la historia del conteniente. NACIDA EN SANTANDER, PERO AFINCADA EN VIGO, TERESA ZATARAÍN ES PERIODISTA Y EDITORA. EN 2024 PUBLICÓ LA


ANTOLOGÍA 'UN PUÑADO DE AFECTOS PROFUNDOS' (CREOTZ), CON ARTÍCULOS Y SEMBLANZAS DE GABRIELA MISTRAL DEDICADOS SOBRE TODO A ESCRITORAS. EL LIBRO SERÁ PRESENTADO EL MARTES 3 DE


JUNIO, A LAS 18.30 HORAS, CON ENTRADA LIBRE, EN EL MUSEO RAMÓN GAYA DE MURCIA POR LA AUTORA, LA CATEDRÁTICA DE TEORÍA DE LA LITERATURA DE LA UMU CARMEN Mª PUJANTE Y EL PERIODISTA MANUEL


MADRID. Pero volvamos a la poesía, motivo de esta efeméride. Y me viene a la cabeza el ensayo memorable Gabriela y Lucila, de la cubana Dulce María Loynaz, otra grande de las letras. Dulce


María y Gabriela vivieron una amistad tardía, pero verdadera; convivieron y se conocieron bien. Sostiene Loynaz en su texto homenaje, a la muerte de la Nobel, que ya era poeta Gabriela


cuando tomó la pluma; es decir, su escritura no tuvo ensayos ni balbuceos como es habitual; fue como el árbol que brota del suelo ya con sus ramas y frutos, «y hasta con un nimbo de pájaros


que le hacen música propia». Para Loynaz, la joven maestra de las montañas chilenas era ya la escritora consagrada que recibió luego el Nobel ante el júbilo de un continente: «su último


libro no es mejor que el primero, ni más profundo ni más puesto en sazón», apuntala. La Mistral que recogía el Nobel era leyenda, y el escritor Hjalmar Gullberg, en su laudatio, se remontó a


los «poemas de amor dedicados a un muerto» que una joven de veinte años, todavía Lucila Godoy -su verdadero nombre-, dedicó a su enamorado suicida. 'Los sonetos de la muerte'


-lúgubres, hermosos e intensos- ganaron cinco años después los Juegos Florales de Chile, consagrando a Gabriela Mistral en el entorno poético americano. Cuando tres décadas después nuestra


escritora recibió el Nobel, tenía 56 años y tres poemarios publicados, todos ellos fuera de Chile: 'Desolación' se editó en Nueva York en 1922, 'Ternura' salió a la luz


en Madrid en 1924 y 'Tala' apareció en Buenos Aires en 1938, gracias a la determinación de su también gran amiga escritora, la argentina Victoria Ocampo. El devenir de su obra


poética es irregular en el tiempo; su edición casi accidentada. 'Desolación' fue impreso cuando Mistral cuenta treinta y tres años: son poemas de juventud que aluden a los paisajes


áridos del sur de Chile, o que rememoran alguna experiencia difícil de infancia; reflejan ya su innata inquietud por la destrucción de la tierra y un profundo respeto hacia el ser humano.


En 'Ternura', Mistral explora la maternidad y su idea del amor grande y primigenio, motor del mundo: amor en esencia hacia el ser humano y hacia la cultura indígena. El libro reúne


rondas, juegos y canciones de la tradición chilena, y aunque en una primera edición la autora se lo dedicó a los niños, sostuvo luego que no era un libro infantil. Casi tres lustros pasaron


hasta la edición de 'Tala', que es la voz de la madurez, más segura si cabe en la defensa de sus raíces y evocaciones, donde rinde tributo a su madre fallecida -y con ello a la


maternidad- y ensalza lo femenino como esencia poética. EL NEGRO DE SU ATUENDO EN LA CEREMONIA REFLEJA UN DUELO RECIENTE: HABÍA PERDIDO A SU AMIGO STEFAN ZWEIG, QUE SE SUICIDÓ EN FEBRERO DE


1942 A UNAS MANZANAS DE SU CASA LA VOZ DE LOS POETAS DE TODA UNA RAZA Debió de ser emotiva aquella edición del Nobel. Mistral acudió de negro, sin más adorno, acentuando su gran estatura, su


porte naturalmente austero. Seria y pausada se la ve en un vídeo breve que recoge el momento, recibiendo el galardón de manos del Rey Gustavo V de Suecia. Y escueta también su respuesta:


«Hoy Suecia se vuelve hacia la lejana América íbera para honrarla en uno de los muchos trabajadores de su cultura… Por una venturanza que me sobrepasa, soy en este momento la voz directa de


los poetas de mi raza y la indirecta de las muy nobles lenguas española y portuguesa». Había llegado a Estocolmo desde Petrópolis (Brasil) muy poco antes: se enteró de la noticia en la radio


antes que oficialmente. Si quería atender la ceremonia -y sí quería-, tenía el tiempo justo para emprender un viaje de casi veintiún días, enésimo en su vida trashumante pero dotado de una


valía que cambiaría su destino: en lo literario, el Nobel era reconocimiento, proyección internacional y traducción de su obra; en lo personal, un destello luminoso en una etapa sombría.


Porque el negro de su atuendo en aquella ceremonia reflejaba un doble duelo todavía reciente: había perdido a su amigo escritor Stefan Zweig, que se suicidó en febrero de 1942 a pocas


manzanas de su casa; y solo año y medio después, su propio hijo de dieciocho años, Juan Miguel Godoy -para Gabriela Yin-, también se quitó la vida. «De este destrozo íntimo yo no podré


rehacerme», escribió. Indirectamente, el Nobel concedió a Gabriela un nuevo amor, que halló en la norteamericana Doris Dana, compañera de viaje hasta la muerte de la escritora, en 1957, en


la ciudad de Nueva York, donde ambas residieron los últimos años. Y una década después, también significó su cuarto y último poemario publicado en vida, al que bautizó 'Lagar' y


del que siempre se mostró orgullosa: no sólo era el primer libro de poemas inéditos que la autora publicaba en Chile; según algunas voces expertas, era también el mejor. Para la escritora


mexicana Rosario Castellanos, en 'Lagar' las cualidades poéticas de Mistral alcanzan la plenitud, y sus imágenes, metáforas y conceptos siempre aciertan. En el poema


'Atardecer', Gabriela avanza un final irremisible que despacio se avecina: «Siento mi corazón en la dulzura / fundirse como ceras: son un óleo tardo / y no un vino mis venas, / y


siento que mi vida se va huyendo / callada y dulce como la gacela». «Las palabras son las mismas con las que Gabriela nombró, desde el principio, la belleza. Pero el misterio late más allá»,


puntualizó Castellanos. Mistral habla de mujeres y naturaleza en 'Lagar', del tiempo y su paso irremisible y de los estados del ser que ella sabiamente describe. Eternamente


viajera, su espíritu errático se trasluce en sus poemas, que ella funde simbólicamente en un afán de libertad. «Entre los gestos del mundo / recibí el que dan las puertas (…) / ¿Por qué fue


que las hicimos / para ser sus prisioneras?». A JUICIO DE LA ACADEMIA, GABRIELA DEFENDIÓ EN SU MAGISTERIO VALORES TAN DESTACABLES COMO «LA MISERICORDIA, LA MATERNIDAD Y LOS ALIMENTOS


PRIMORDIALES DE LA VIDA HUMANA»MÉXICO QUEDÓ INDELEBLE EN SU RECUERDO, Y ABRIÓ LA ESPITA DE UN IMPULSO VIAJERO QUE YA NO CESÓ DE POR VIDA, ALIMENTADO Y SUSTENTADO A LA VEZ POR UNA INTENSA


LABOR DIPLOMÁTICA EXTENSA Y VALIOSA OBRA EN PROSA Pero no solo fue poeta Gabriela Mistral, y su obra en prosa es tan valiosa como su lírica, si bien más extensa; y seguro que la Academia


sueca la tuvo en cuenta al tomar su decisión. Así lo defiende el lingüista Pedro Luis Barcia en su ensayo 'La prosa de Gabriela Mistral', que reconoce en los fundamentos que


ofreció la Academia -«símbolos idealistas y aspiraciones latinoamericanas»- una clara referencia a la prosa mistraliana. También el escritor Diego del Pozo, en el prólogo de la antología


'Por la humanidad futura', reflexiona en similar dirección: Mistral ganó el Nobel con solo tres poemarios publicados, explica, lo que hace pensar que la Academia tuvo en cuenta su


obra en prosa, cercana entonces a los 400 textos. Estamos en efecto ante un legado prosístico extenso, rico y sui géneris; con piezas de muy diversa índole que devienen en prosa poética y


poemas en prosa, en cuentos o estampas, en elogios y motivos… Fue Gabriela entre otras cosas una activa periodista, con numerosos artículos y ensayos muy variados que vieron la luz


habitualmente en diarios de la prensa internacional [por ejemplo en LA VERDAD]. Especial belleza e interés revisten sus comentarios de libros o sus semblanzas, aportando información


histórica de valor y la visión personal de la escritora. Y desde luego resulta constante en su prosa -tanto o más que en su poesía- ese rasgo de chilena errante, esa avidez insaciable por


descubrir destinos, que reconocen en ella quienes la trataron. Conviene aquí repasar su interminable periplo, que arranca, como dijimos, en México en 1922. En 1924 viajó por primera vez a


Europa, pero fue dos años después cuando se instaló en Ginebra para trabajar en la Sociedad de Naciones. Tras Suiza, pequeños pueblos de Francia e Italia. En 1933 fue nombrada cónsul de


Chile en Madrid; en 1936, en Oporto, y dos años más tarde, en Niza. Su carrera diplomática la llevó a Brasil en 1940, a Los Ángeles en el 45, a Santa Bárbara en el 47 y a Veracruz dos años


después. Nuevo intervalo en Italia, para instalarse en Florida en 1952, y un año más tarde en Nueva York, último destino y lugar de su muerte. Gabriela compaginó sus quehaceres diplomáticos


con la escritura. «Como siempre, al cabo de dos o tres años, siente impaciencia por cambiar de sitio, por salir al mundo», admitió Palma Guillén, amiga y secretaria de Mistral en la década


europea. Aquel trasiego infinito, aclaraba, era en realidad quimera: «la búsqueda, en todos los rincones del mundo, de otro valle de Elqui». Impresión similar a la de Laura Roig, maestra y


compañera de Gabriela en su etapa chilena: si había una fuente nutricia para la escritora era «la madre que yace», que así llamaba la Nobel a la montaña donde nació. Nadie duda a estas


alturas que la impronta viajera, con tantas gentes y destinos, influyó en su obra: «En Francia, afinó su prosa... En España adquirió la gracia de la lengua del romancero. En Italia…, bueno,


en Italia yo creo que todo influyó en ella», escribió Palma Guillén. Lo cierto es que volcó sus peregrinajes en un sinfín de palabras compuestas con mucho talento, cientos de hojas escritas


donde nos dejó sus encuentros y escenarios; donde trazó biografías y trazos de su imaginario poderoso; donde esbozó sueños y anhelos, repartió cariño y elevó recuerdos. Y en cada inflexión


de su pluma -que era extensión de su alma-, había un sentido, una verdad, un suave soplo ancestral de madre naturaleza: el sol y el valle, el aire o la flor, el cielo estrellado en la noche,


la rama, el nido, un olor… En todo halló Gabriela respuestas. Comenta Reporta un error Límite de sesiones alcanzadas El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del


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