Despiste viejuno | las provincias

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A varios amigos de mi generación y de parecidos gustos les escandaliza que Bad Bunny haya vendido 700.000 entradas para su gira de española. ... No lo entienden. Han intentado atender con


sus tímpanos lubricados a este artista de Puerto Rico y se les antoja escuchar, como mucho y pese a su buena voluntad, el crujir de una apisonadora triturando escombros al ralentí. Cuando


les he comentado que, en la reventa, los precios pueden subir hasta cantidades estratosféricas, casi se me infartan del disgusto. Lo que no comprenden es que ni ellos ni yo, a nuestras


edades, estamos en disposición de percibir lo que canturrea esta estrella que, por lo menos, pertenece a la órbita hispana y rompe el imperio anglo. Nosotros acudíamos empapados de fe hacia


los primeros conciertos de Gabinete Caligari, Golpes Bajos y Siniestro Total, entre otros. Pero es que éramos jóvenes, nos sobraba la energía y disfrutábamos como bellacos en aquellos


aquelarres, bastante sencillos, por otra parte. A mis amigachos no les entra en la cabeza, y no consigo explicarme el motivo, que los tiempos han cambiado, como suele suceder. Y esto no


supone ningún misterio, sino una verdad impepinable que se repite con el transcurrir de los años. Cada generación impone sus apetitos, como es lógico, y sospecho que es un error pensar que


lo nuestro era mejor, que estaba dotado de una calidad extra. ¿Y por qué? Pues simplemente porque era lo nuestro, pero eso no representa una prueba irrefutable. Afirmar que los ochenta y los


noventa brillaron por su fulgor y lo de hoy es farfolla no es sino genuina nostalgia propia de cascarrabias. He llegado tarde para apreciar o, quizá rechazar, lo que nos propone Bad Bunny o


cualquier otro de su estilo. Y me importa un bledo. Intentar engancharme a unas historias que no son las mías resultaría tarea patética. Somos viejunos, ya está.