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Se paró el tiempo, se aceleraron los pulsos, se desbordó la santa inspiración, se agotaba la bolsa de los elogios, temblaban los cimientos de ... Las Ventas, en realidad del planeta toro y
Morante seguía toreando. ¡Y cómo toreaba! La verónica, la media, el natural, la trinchera, el molinete, la brujería, la entrada y la salida de la cara del toro entre solemne y garboso...
Asistíamos a la sublimación del toreo, era el toreo de-le-tre-a-do. Ese era el tempo, de-le-tre-a-do. El toreo tal como se sueña. La obra merecía un Bergamín que escuchase su música, un
Brines que lo contase, un Ruano que lo dibujase, un Joaquín Rodrigo que reversionase su gran obra, ahora, claro, sería 'El Concierto de Las Ventas'. Violines o guitarra o violines
y guitarra. Clásica, faltaría más. Literatura, pintura, música, compendio de artes en un milagro en treinta pases. Para qué más... Tampoco me hubiese gustado que fuesen menos. Las muñecas de
Morante, el alma de Morante, el valor de Morante -¿o no se necesita valor para torear de capa tan parado, tan a compás?-, a tomar viento la geometría, le bastaba un aleteo de la capichuela,
un simple esbozo para atemperar la furia de la buena (excelente) bravura del toro de Garcigrande... La barbilla hendida en el pecho, la mirada acompañando la embestida, la insinuación en
lugar de la orden, pase usted, por aquí, por allá, muy cerca, más cerca y todavía más cerca... Las plantas quietas, telúrico y angelical a la vez. Y luego con la muleta más de lo mismo y por
medio el recorte a cuerpo limpio. Gracia improvisada. Con el vasito de plata en la mano, ni una gota se derramó, para hacerle el quite al compañero en apuros. Así se torea y si hay que ser
sincero, así creí/creíamos que no se podía torear. El toreo más milagro que nunca. Sucedió, ya saben, en Las Ventas, una tarde de San Isidro. No se habla de otra cosa: el concierto, el
milagro, el desiderátum... Se hablará mucho tiempo, se magnificará y hasta se descubrirán imperfecciones, que las hubo, qué obra maestra no las tiene, otra cosa sería troquel industrial y lo
de Morante es todo menos eso. DE JOSÉ A JUAN Ahora que nadie tenga la tentación de dar por hecho que no se puede torear mejor, que ni siquiera el propio Morante lo podría mejorar. Si fuese
cierto habría que ponerle punto final al Cossío, obviar las teorías de Pepe Alameda y seguidamente placar las plazas porque qué si no es el toreo sino perseguir un sueño, una quimera. El
aserto, siempre superado, incluso para los más nostálgicos, tiene infinidad de antecedentes. Algo así dirían, seguro, vayan a las hemerotecas y lo comprobarán, la tarde en la que Juan
Belmonte corta el rabo, el primero en la historia en la plaza de Las Ventas, al toro Desertor, vaya nombre, un murube de la ganadería de Carmen de Federico; o tras aquella otra tarde de José
un octubre de 1913 en Valencia en la que el rey que tanto inspiraría al mismo Morante, se encierra con seis toros de Contreras acompañado de una cuadrilla que jamás de los jamases podría
volver a juntarse ni mucho menos ahora, tiempo en que tanto se aplaude la abundancia de capotazos, demasiados, muchos de ellos perdiendo pasos y haciendo creer que el toro es lo que no es en
perjuicio evidente de su matador, cuestión que no entiendo. ¿Qué cuál era la cuadrilla? Blanquet, el único al que José le cedió los palos en Madrid y se puso a sus órdenes con el capote;
Gallito III, es decir, su hermano Fernando, Cantimplas, Ignacio Sánchez Mejías, más que un cuñado un admirador, El Almendro, Magritas y Perdigón. Ese día además de las dos orejas que le
corta al recrecido tercero, en el quinto obtiene un éxito todavía mayor. Tras brindar al señor Palau, presidente de la peña El Gallinero, contaba LAS PROVINCIAS, cuaja una faena de gran
categoría en la que sobresalen cuatro naturales muy ligados y muy ajustados que levantan clamores. A pesar de un pinchazo previo a una buena media estocada se le conceden las orejas y el
rabo. El detalle es un recordatorio al ya famoso presidente Iñaki que le negó una oreja a Morante por la vulgaridad de haber utilizado el descabello en tres ocasiones. Dicho sea sin ánimo de
querer entrar en la comparativa de otras orejas que se han concedido este mismo San Isidro. EL CONCIERTO DE LAS VENTAS INVOCA A BERGAMÍN, A BRINES, A RUANO, A RODRIGO... Ejemplos en la
historia de faenas de decir que no se puede torear mejor hay muchas. La de Chicuelo al toro Corchaíto de Graciliano en el mismo Madrid, donde toreó al natural, cuentan, como nadie había
logrado y de forma tan rompedora que se asegura que con ella se inicia el toreo moderno; la obra de Manolete al toro de Pinto Barreiros, que de la mano del Monstruo pasó a la historia por su
nombre, Ratón; aquella otra faena del gitano Cagancho que inspiró la crónica de Corrochano, pieza literaria que se hizo sitio en los anaqueles de lo bien escrito, 'La talla de
Montañés', la tituló en parangón con la obra del genial imaginero; algo parecido, un no cabe más emoción ni más gracia, debieron pensar tras el trasteo de Manolo González a Capuchino de
Graciliano, otra vez la casta de los gracilianos de por medio, la tarde que hubo que apartar los sombreros para que el maestro de La Trinidad pudiese arrancar la faena. Lo mismo pensé, ahí
ya entra mi memoria personal, no se puede torear mejor, aquella tarde de Camino en la Beneficencia con el toro Serranito; o tras la faena de Antoñete a Atrevido, el toro blanco de Osborne; o
aquella otra del quite de Paula en su debut en Madrid; o con la faena de Curro al toro de Rojas en Sevilla que sirvió de inspiración al monumento que tiene el Faraón en los jardincillos de
la Maestranza; la de Manzanares al toro Clarín de Manolo González en el mismo Madrid o aquella otra en Belmonte, que también los pueblos tienen derecho, o la tarde de Ronda, el día que el
alicantino se cambió de vestido mediada la corrida porque un artista no se puede mostrar sudoroso; o aquella faena del otro Curro, el de Linares, en Vistalegre. Y claro que habrá más
trasteos en los que se piensa que no va más, que hemos llegado a los cielos, como el del rabo del mismo Morante en la Maestranza, pero no era cierto, se ha visto en Madrid, todavía hay
margen para perseguir sueños. Con Morante todo es posible, hasta mejorar el Concierto de Las Ventas. El toreo en su esencia es la persecución de un sueño y Morante soñó e hizo soñar... Y no
se vislumbra nada que impida seguir soñando. Posdata. En aquel escenario un presidente de burda sensibilidad, en valenciano un bròfec, no se enteró. Normal.