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La socialdemocracia, la ideología dominante en España durante las últimas décadas, se está reduciendo a un único componente: el odio a la derecha/extrema derecha. ... El socialismo español,
en esta fase populista, se ha despojado de proyectos, de su defensa de la igualdad social –no sólo de género– y de avances progresistas, para convertirse en una doctrina que consiste
únicamente en despreciar a PP y Vox. Otra circunstancia rara. A comienzos de este siglo se había derrumbado en todo el mundo el comunismo como alternativa. Lo habían abandonado la mayoría de
los países que lo habían tenido; el propio partido comunista chino optaba por una economía de tipo liberal. En estas condiciones, sorprende que en España los restos del comunismo, con
formulaciones antisistema, hayan aumentado su influencia. La socialdemocracia, que no cuestionaba el modelo socio económico, ha asumido parte de ese discurso. Nuestro socialismo, además de
despotricar contra la derecha, parece añorar una revolución en la que no había creído. Lo fundamental es cultivar el odio político, que exige hablar una y otra vez de las mentadas derechas y
atribuirles intenciones siempre aviesas, una naturaleza pérfida y revirada, a combatir en todo instante. La reducción de la ideología a una única actitud –sólo cuenta lo que sirve para
crear o incentivar este odio– quizás se debe a que los ideólogos al mando carecen de muchas luces, no tienen ninguna para iluminar el futuro y poseen una visión bipolar del mundo político
–bien/mal, nosotros/, ellos, amigo/enemigo–. El discurso político es un llamamiento constante a luchar contra el eje del mal –la derecha/ultraderecha– y, como sucede en toda guerra, se
impone la pureza ideológica: los 'socialistas' la tienen que mantener a toda costa, lo que consigue por cualquier medio que lleve a aborrecer la derecha. Por lo demás, podemos
pensar/decir cualquier barbaridad, siempre que no nos desvíe de ese objetivo único. La concepción dicotómica de la sociedad, rudimentaria, simplona, cree –y difunde– que sólo los socialistas
tienen un papel legítimo en la acción política, identificada inevitablemente con progreso. Si los demás hacen alguna propuesta, son estafadores, pues se mueven por intereses, sin ninguna
idea sensata. Este esquema populista tiene otra consecuencia peculiar. Los socialistas han de considerar como los enemigos a 'la derecha' y 'derecha extrema' mas no a
separatistas –aunque sean más de derechas que Franco– ni a la extrema izquierda, aunque éstas sean abiertamente anticonstitucionales, supremacistas y dudosamente demócratas. Se abandonan así
los antiguos valores democráticos y socialdemócratas. Otras implicaciones deben resultar gratificantes: la obsesiva lucha contra la derecha satanizada justifica una política ramplona,
mediocre y sin metas relevantes. Y, además, la política basada en el odio proporciona una suerte de inmunidad. Cualquier crítica puede ser rechazada por hacer el juego a la derecha, el mal
supremo, o constituir un bulo difundido por la derecha. La nueva política/ideología resulta un bálsamo para la pereza e ignorancia.