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En medio del intencionado ruido de las redes sociales, de los reptiles intereses geopolíticos y de la fatiga informativa provocada por la desinformación, el mundo ... asiste, impasible, a
una tragedia humana de dimensiones devastadoras. Más de 50.000 palestinos han muerto —una cifra estremecedora, piensen que tiene caras— en la Franja de Gaza desde que se intensificó la
ofensiva militar israelí en 2023. Y, sin embargo, como si de una sombra que se desvanece se tratara, la comunidad internacional apenas reacciona. La historia, dolorosamente cíclica, nos
enfrenta a un espejo incómodo: la misma indiferencia global que permitió los horrores del Holocausto, que se repite ahora frente al sufrimiento palestino. No se trata de trivializar, ni de
comparar de forma frívola tragedias. Pero sí de reconocer patrones. Cuando en los años treinta y cuarenta del siglo XX se supo del exterminio nazi, muchos gobiernos demoraron su respuesta,
invocando la cautela diplomática o alegando falta de información fiable. Hoy, la tecnología nos hace testigos directos, en tiempo real, de la devastación en Gaza. ¿Cuál es entonces la
excusa? La relatora especial de la ONU para los territorios palestinos ocupados, Francesca Albanese, ya había denunciado hace más de un año que «lo que está ocurriendo en Gaza constituye un
genocidio en curso». Su informe presentado en marzo de 2024 no deja lugar a dudas: uso desproporcionado de la fuerza, castigo colectivo, asedio total, ataques a infraestructuras civiles como
hospitales y escuelas. Son crímenes tipificados por el derecho internacional. También Human Rights Watch ha documentado «violaciones sistemáticas del derecho humanitario», mientras que
Amnistía Internacional ha calificado las acciones israelíes como «crímenes de guerra». El Tribunal Internacional de Justicia, en un fallo histórico, instó a Israel a tomar medidas inmediatas
para prevenir el genocidio. Sin embargo, los bombardeos continúan, la ayuda humanitaria se bloquea y los muertos se acumulan, muchos de ellos mujeres y niños. Incluso chulean cantando en
Eurovisión. Mientras tanto, los grandes medios internacionales mantienen un tratamiento ambiguo, cuando no directamente cómplice, utilizando un lenguaje edulcorado que invisibiliza al
agresor y diluye la responsabilidad. Gobiernos poderosos, especialmente en Occidente, apelan al derecho a la defensa israelí mientras ignoran el principio de proporcionalidad y el derecho
internacional humanitario. Condenar al gobierno de Netanyahu no implica estar a favor de Hamás, sino de la paz y la vida. No podemos callar. Como escribió el premio Nobel Elie Wiesel,
superviviente del Holocausto: «Lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia. Lo contrario del arte no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario de la vida no es la muerte,
es la indiferencia». Esa indiferencia es hoy el verdadero crimen global. Insisto, no se trata de estar a favor o en contra de un estado, se trata de estar del lado de la dignidad humana. Lo
que ocurre en Gaza, día tras día, no es un conflicto: es una masacre. Y mirar hacia otro lado nos convierte, una vez más, en penosos indiferentes, en verdaderos cómplices silenciosos de la
historia.