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Hay rachas en que la realidad nos impone un ritmo mental vertiginoso. La muerte del papa nos convirtió a todos en teólogos repentinos, y estábamos ... a punto de alcanzar el B1 en asuntos
eclesiásticos cuando sobrevino el apagón, lo que nos obligó a convertirnos en expertos en energía. Por supuesto, una cosa es opinar de algo y otra cosa muy diferente es saber de algo, pero
siempre resultará más cómodo emitir una opinión que adquirir conocimientos con respecto a la materia opinable. Por si fuese poco, no solo somos aficionados a opinar improvisadamente con
arreglo a nuestras convicciones o sospechas, sino también a opinar improvisadamente sobre lo que improvisadamente opinan los demás. Y opiniones hemos oído muchas. Por ejemplo, una reportera
televisiva enviada al Vaticano se lamentaba de que el papa Francisco no hubiese hecho avances decisivos con respecto al aborto y al matrimonio homosexual. Desde ese punto de vista, lo mismo
podría afear a las nuevas generaciones de tigres de Bengala el estar ancladas en la tradición carnívora de su especie y no hacer esfuerzos suficientes para adoptar una dieta vegana. Con
respecto al apagón, la cosa ha sido igualmente pintoresca: convertir una avería en un signo apocalíptico y acusar al Gobierno no solo de provocarla, sino también de no haber sabido gestionar
la crisis que él mismo provocó. Lo curioso es que las acusaciones viniesen del partido que gestionó la dana en Valencia. En paralelo al vertedero en que los políticos han convertido la
política, tenemos el vertedero de las redes sociales, que es la zona de confort de las cabezas un poco trastornadas. Bien es verdad que conspiranoicos lo somos todos en diferente grado:
cuando nos quedamos sin fuentes de información por la caída de la luz y de internet, quienes no disponíamos de un transistor a pilas llegamos a pensar que en esos momentos Rusia podría estar
invadiendo Finlandia, que China podría estar bombardeando Taiwán o, al margen ya de la geopolítica, que los hackers estaban vaciándonos la cuenta bancaria. Nuestra mente tiene ese pequeño
defecto: en situaciones angustiosas, se pone a jugar consigo misma al catastrofismo. Claro que de ahí a dar por sentado que se trataba de un accidente provocado por unos supervillanos para
implantar un nuevo orden mundial va un trecho. Que los alimentos se nos descongelen o que no tengamos acceso a Tik-Tok no significa necesariamente que las fuerzas del Mal se hayan animado a
poner en marcha su plan diabólico para convertir nuestro mundo en una pesadilla. Entre otras cosas, porque no hace falta: de convertir la realidad en una agotadora pesadilla ya nos
encargamos nosotros.