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Recuerdo que, en la década de los setenta, todas las escuelas realizaban un altar con la imagen de la Virgen y diariamente se cantaba ante ... ella y se le llevaba flores. En este mes la
primavera adquiere todo su esplendor. Esta situación primaveral es una circunstancia privilegiada. El P. Manjón invitaba a educar fuera del aula, en plena naturaleza, por ser la misma
situación en las que enseñaba Jesucristo: «Mientras podáis, enseñad como Jesucristo lo hacía ordinariamente: en el campo, en la playa, al aire libre, donde el niño respire, se solee, juegue
y corra, sin que a nadie moleste y nadie se lo impida». AVE MARÍA AVE, del verbo latino 'avēre', imperativo que significa el «deseo de estar bien». Este vocablo lo utilizaban la
romanos, con el brazo extendido, para saludarse entre ellos: Ave = «¡qué estés bien!», similar a nuestro saludo: ¡hola!, ¡buenos días!, ¡adiós!, ¡qué te vaya bien!... María es el nombre de
la Virgen a quien se dirigió el ángel Gabriel para anunciarle que había sido elegida para ser la madre de Dios: «El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada
Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María» (Lc. 1,26). ESTA NOBLE TAREA DE EDUCAR ES SIEMPRE UNA TAREA COMPARTIDA ENTRE
FAMILIA, COLEGIO, Y SOCIEDAD Con la expresión 'Ave María' los cristianos saludamos, como ya hacían los romanos, a la Virgen que en español traducimos por: «Dios te salve María». A
esta expresión, a veces, añadimos Purísima que alude a María en grado superlativo, libre del pecado original, llena de gracia, como le llamó el ángel en la Anunciación. Y también Inmaculada,
sin mancha, sin pecado original, dogma definido por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854. LA GRANDEZA DE MARÍA: LA POSESIÓN DE DIOS «El Señor está contigo». Es el saludo del ángel. Su
pobreza fue su riqueza, nada material, de bienes, ni de riquezas. El amor cuando es más pobre y gratuito es más amor, un amor más verdadero. Y esta grandeza la traduce María en humildad. «He
aquí la esclava del Señor». El ser humano busca la alegría y la felicidad. Y ello se consigue más con los bienes del espíritu que con los materiales El dinero, las posesiones materiales, el
lujo, el poder… no pueden darnos la alegría completa, sólo parcial. Y Dios, que es espíritu puro, es para los creyentes el gran tesoro. Una prueba de ello es contemplar la alegría en la que
viven los monjes y monjas de clausura. En palabras de Santa Teresa: «Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta». LA FELICIDAD DE LOS BIENES ESPIRITUALES Somos más felices con los
bienes del espíritu que cuando disfrutamos de los bienes materiales; éstos son imprescindibles para la vida, pero el exceso frecuentemente nos ocasiona problemas e insatisfacciones. Estamos
más alegres con la compañía que con la comida o el lugar de paseo. Ante una excursión la primera pregunta de los jóvenes es: ¿»quién va»?, pues la compañía nos aportan más alegría que la
comida o el lugar. De aquí la afirmación certera: «Con Dios somos más felices». EL VALOR ESPIRITUAL DE LA EDUCACIÓN Estas situaciones físicas y sociales repercuten en la educación que
siempre se realiza en concretas. Educar, como bien esencial espiritual, es siempre perfeccionar al ser humano cuya inicial naturaleza es incompleta. Ya Locke, en su libre 'Pensamientos
sobre educación', afirmaba que «la finalidad de la educación es la formación humanista, en el sentido clásico de la palabra: formar hombres, y ello por dos razones: primero, a nivel
individual, es el modo de garantizar la felicidad y la resolución vital en medio del mundo; segundo, a nivel social, es la condición del bienestar y la prosperidad de la sociedad». Esta
noble tarea de educar es siempre una tarea compartida entre familia, colegio, y sociedad, en la que también intervienen la Tv., Internet, los amigos, las discotecas…, todo cuanto conlleva la
educación no formal e informal. EL PROFESOR El profesor, o mejor maestro o educador, ocupa un lugar privilegiado. El filósofo Julián Marías indica la misión de todo educador en nuestra
sociedad tan tecnificada: «El profesor debe despertar deseos, aunque no pueda satisfacerlos. Deseo de saber, sin duda; más aún deseo de ver, de mirar, de preguntarse, de quedarse perplejo,
de moverse en un mundo mágico que el joven casi siempre desconoce y que el profesor descubre, entreabriendo una puerta, quizás sin atreverse a franquearla él mismo. Contagiar el pensamiento
pensando ante los estudiantes y con ellos –hoy se acentúa más esto segundo que lo primero...– es la función primordial del profesor, la única que justifica su existencia. Si no, ¿para qué?
Hay libros y ensayos y artículos y mapas y bancos de datos. Todo está mejor y más completo en ellos. Lo que no esta es el entusiasmo, el gusto por las cosas y esa fruición de que antes
hablaba».