Hasta el infinito y más allá | ideal

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Entre los numerosísimos cambios que los años van trayendo a nuestra vida está la transformación del concepto de eternidad. Los permanentes descubrimientos nos hacen aceptar ... que, a pesar


de nuestro intento de ignorarlo, todo tiene una relativa vida. La perversa obsolescencia programada de los electrodomésticos, las garantías de otros objetos o la caducidad de los yogures son


solo una muestra. Tampoco hay maridos para toda la vida, casas, ropa o comedores de estilo remordimiento que heredamos de la abuela para desesperación de todos. Ya nada tiene la eternidad


que daba valor a los objetos y a las personas.      Ikea, los contenedores navegando desde China con toda suerte de porquerías plásticas y las redes sociales con Tinder a la cabeza de una


legión de novios y novias de usar y tirar han mandado a tomar por aquel sitio el trocito de eternidad de nuestra efímera vida. Hoy en día está prácticamente penado por la ley de la


publicidad y el comercio atribuir una duración a prueba de bombas o decir lo de 'contigo pan y cebolla'. Si acaso, lo que procede es mencionar la capacidad de reciclado, porque


casi todo lo que no se extiende es un enemigo del planeta Tierra, véase los plásticos o la estupidez. Hace un par de días iba por la calle eludiendo a ingleses y pensando en estas cosas que


nutren mis páginas, cuando una mujer me saludó efusivamente agarrándome de la manga de la gabardina. En ese momento habría jurado ante todos los dioses que no la había visto en mi vida, pero


ella sabía cosas de mí que no conocían ni mis amigos. Evocó el colegio, y se rió de cómo no se podía ganar teniéndome de compañera al trúqueme, debido a mis pies grandes obstinados en pisar


las rayas. Yo la miraba buscando esa eternidad que dejan los recuerdos de la infancia, pero no hallaba ninguno. Al final, dije lo que no quería decir: «No te conozco». Y entonces me dijo


que era Loli, mi compañera de pupitre hasta segundo de Bachillerato. No es que hubiera cambiado, es que era otra, y yo también, pues parecía su hermana mayor; ni una arruga, el arco de la


ceja perfecto, los labios como si fuera a comerse una fresa, los pómulos como dos estanterías donde colocar esas cosas que no caben en ningún sitio, y unos pechos exentos de gravedad. A la


de antes de la transformación la llevaba cosida a mi vida infantil, pero esta andaba tarde para que hiciera el esfuerzo de incorporarla. Tocada en el ala, seguí mi camino, buscando una pizca


de eternidad y solo encontré el recuerdo de lo que dicen los niños cuando les preguntas cuánto quieren a su madre: «Hasta el infinito y más allá».