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Las adicciones siempre han existido y existirán porque el ser humano es una adicción con piernas. Las hay de primera necesidad, como la comida y ... un techo que no pagarás ni en siete
vidas; y también innecesarias, como prestar dinero a ese colega que nunca lo devuelve porque gracias a tu compulsiva generosidad ha ganado mucho en calidad de vida. Pero ser adicto no es un
fallo moral o una manera de vivir escogida libremente, sino la consecuencia de haber buscado un consuelo temporal que con el tiempo tiene peores consecuencias que el sufrimiento original.
Hay adicciones conmovedoras, como la que sufría Carpanta cuando soñaba con meterse una sobredosis de pollo asado (siempre estaba con el 'mono', el pobre). Para Carpanta, su
adicción era la búsqueda de la felicidad, un 'quitapenas' y una manera de evitar el dolor. El ser humano granaíno no entiende mucho de moderación. Si se engancha a internet, lo más
seguro es que acabe saliendo de bares con el ratón. Pasará horas colgando sus naderías en las redes sociales y degradando su tiempo a la categoría de pasatiempo absurdo. Al final, la
pretensión de muchos que se conectan a una red social es la misma que la de un adicto a los alucinógenos: evadirse de la realidad mediante otra realidad en apariencia más llevadera. Estas
redes son telas de araña que atrapan a sus usuarios mediante el cebo «yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder chatear». ¿Y qué decir del enganche de los granadinos al
teléfono móvil? Vivimos unidos a él mediante ese cordón umbilical que es el cable del cargador, ¿pero recuerda cuando era un extraño ladrillo Motorola entre nosotros? Aunque no lo parezca,
hubo una época en que uno podía salir a tomar café con los colegas sin alta tecnología encima. El café transcurría tranquilo, sin sobresaltos de politono ni mensajitos tocapelotas y con un
sentido de la intimidad inviolable. Lo normal ahora es que te tomen por un tío raro si estás en una reunión y tu celular descansa tranquilo. El móvil es ya una extremidad más del cuerpo,
dentro del apartado «sobras evolutivas». El otro día leí en algún sitio que la mitad de la población española sufre síntomas de adicción al teléfono móvil, y llegado el puntito renunciaría a
tener relaciones sexuales antes que a su smartphone. Pero una nueva adicción se divisa en el horizonte: el enganche a la IA, que promete abrir mucho mercado entre los niños. La IA puede
actuar con ellos de manera natural y aparentemente humana, pero no deja de ser, por decirlo de una manera fina, una puta máquina. Es facilísimo convertirles en dependientes de ella, o sea,
en adictos a los prejuicios y estereotipos que suelta de vez en cuando por su boquita de altavoz. Cuidadín, cuidadín.