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Este chiste no es de Eugenio, pero lo voy a contar a su manera: Saben aquel que dice que se encuentran dos amigos y uno ... le dice al otro: «Me he enterado de que hay un loco suelto que
agarró a un niño de diez años y le metió una inyección de gasolina. La criatura no llegó más que hasta la esquina». El amigo le pregunta: «¿Se murió?». Y el otro le contesta: «No, se le
acabó la gasolina». O sea, igualito que el Gobierno con Granada cada vez que le mete una inyección económica a sus infraestructuras. Locos sueltos siempre ha habido, la pena es que cuando
son geniales suelen tener vidas efímeras o finales trágicos. Tomemos como ejemplo a ese loco del pelo rojo llamado Vincent Van Gogh. El siglo XXI, hasta la fecha, ha producido pocos locos
inspirados. La balanza se ha inclinado más por un tipo de loco decadente. A falta de un loco del pelo rojo, el destino nos ha regalado un loco con el pelo naranja: Donald Trump. Los
productores granadinos que venden aceite de oliva a ese país le temen más que a Norman Bates disfrazado de su madre en 'Psicosis'. Trump jamás podrá pintar un cuadro como 'Los
girasoles', pero se ha empeñado en pintarle un panorama muy negro a los olivos granadinos. Su idea obsesiva 'haz el mal (comercial) y no mires a cuál' parece ser el motivo de
la enajenación arancelaria que padece este pintor de desgracias. «Mi locura es sagrada, no la toquen», decía el gran Salvador Dalí. La de Trump, en cambio, no es sagrada aunque tenga al
comercio mundial de rodillas y rezando «Virgencita, que me quede como estoy». Dalí tenía los bigotes como el pelo de los empresarios granadinos que hacen negocios con USA: de punta. Y para
acabar, un homenaje al gran Eugenio introduciendo a Donald en este chiste: Saben aquel que dice que estaba Trump todo el día con la oreja pegada a una pared del Despacho Oval. Un día entra
allí la señora de la limpieza y Trump le pide que pegue la oreja también. La señora suelta la fregona, presiona su oído sobre la pared y después de unos minutos le dice: «No oigo nada». A lo
que Trump le responde: «Ya, ¡pues así todo el día, oiga!». Para un presidente que es mentalmente divergente, los productos granadinos no merecen pisar suelo americano. Y, si lo hacen, tiene
que ser pagando un precio demasiado alto. Es la misma política que adopta con lo inmigrantes en la frontera con Méjico. ¿Supremacismo o ganas de fastidiar? Las dos cosas. Lo mismo el
culpable no es él, sino ese tinte de pelo que usa, que además de penetrar en el cabello y cubrirle las canas también le ha cubierto la cordura.