El placer de decir «está bien» | ideal

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Comenta Compartir Hace muchos años leí, en un periódico de tirada nacional, un artículo de opinión del que no recuerdo el autor, pero el título era bastante ... elocuente, algo así como el


sádico placer de no decir nunca «está bien», aunque cito de memoria… Me recordó lo que nos decía una monja en el colegio, a propósito de ser justas en las cosas pequeñas: la corrección


fraterna sobre actitudes que no nos gustan es una virtud y debemos llevarla a cabo, aunque a veces nos complique la vida; pero de igual manera, debemos celebrar y valorar las cosas positivas


que vemos, porque merecen ser reconocidas; por eso, nos recomendaba que cuando habláramos bien de alguien, termináramos la conversación antes de la conjunción 'pero' que, por ser


adversativa, introduce una oposición o contradicción a lo que hemos dicho anteriormente y que dejáramos para otra ocasión, siempre de forma asertiva, las reservas que tuviéramos. La monja de


mi colegio consideraba injusto, como digo, callar ante las cosas buenas, porque decía que no mantenemos la misma discreción ante la situación contraria; en cuanto al autor del artículo


citado, hacía un juicio de valor y calificaba esa actitud de sádica nada menos. Yo pienso que, en general, hay una predisposición favorable a criticar lo negativo, quizás porque pensamos que


tenemos la obligación de obrar bien siempre y que reconocer lo que está bien no es necesario o incluso puede parecer una forma de adulación; por el contrario, dejar de señalar lo que no nos


gusta denota cierta ingenuidad o, peor, complicidad con lo mal hecho y tenemos que demostrar que nos hemos dado cuenta. Desde luego, es importante cultivar un espíritu crítico, analizar la


realidad y ofrecer alternativas; mostrar nuestras convicciones y opiniones; indignarnos ante las injusticias y señalar a los culpables de las atrocidades a las que asistimos cada día y,


tanto en el ámbito personal como en lo público, nos merecemos sinceridad y autenticidad; pero esto sirve tanto para darnos cuenta de las cosas que no nos gustan como de las que sí nos


gustan; es cierto que nos equivocamos, pero también acertamos y es gratificante dar y recibir muestras de reconocimiento, valorar a las personas por lo que hacen y sentir que lo que lo


hacemos es valorado, un reconocimiento que no alimenta nuestra vanidad –sobre todo, cuando tenemos el compromiso de hacerlo bien- pero sí nos anima y nos invita a reforzar los lazos de


comprensión y solidaridad. En una labor colectiva, hay protagonistas que ocupan el primer plano y otros que quedan en la sombra: ¿no es de justicia que se reconozca el esfuerzo de todos? Y


en una relación de reciprocidad, que éticamente es muy distinta al 'do ut des', ¿no es de justicia valorar cada detalle como una forma de correspondencia sincera? En la infancia


necesitamos que nuestros padres celebren nuestros pequeños logros -el dibujo que hicimos en el colegio o la canción que aprendimos- y, aunque crecer significa ir tomando nuestras propias


decisiones y asumir el riesgo de equivocarnos, aspiramos a que las personas que queremos y que sabemos que nos quieren, nos muestren su comprensión y reconozcan nuestros esfuerzos, no solo


en la familia, sino en el trabajo y en cualquier tipo de relación. Y no basta con saberlo, ni con hacer algo por demostrarlo: hay que decirlo, porque el lenguaje crea la realidad y, como


comentaba alguna vez en clase con mis alumnas y alumnos, no concibo que una persona enamorada no diga o no reciba un «te quiero». Pues lo mismo ocurre con «está bien»; no todo está bien,


claro está, pero cuando está, ¿por qué no decirlo, y mejor aún, con una sonrisa? La ternura, como he dicho otras veces, no es debilidad sino fortaleza y una palabra de reconocimiento es un


acto de justicia, de bondad, de cercanía. Un placer. Límite de sesiones alcanzadas El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero


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