«¡chiflad, hostia! » | ideal

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Debía contar con diez o doce años cuando me propuse firmemente aprender a chiflar. Fuerte. Como debe de chiflarse. Lo probé todo: solo con la ... boca, doblando la lengua con los dedos en


forma de círculo o con los dos dedos índices. Fue inútil. Nunca lo llegué a conseguir. Apenas logré desprender un par de decenas de pitidos livianos y me aburrí. Lo dejé, como tantas otras


cosas en este camino vital de elecciones superfluas. Eso sí, hay veces que me arrepiento de no haberlo logrado: cuando quiero saludar a alguien que camina por la acera de enfrente, cuando se


me escapa el perro por el campo o cuando voy a Los Cármenes. El sábado pasado me volvió a ocurrir cuando escuchaba al líder de la grada de animación solicitando encarecidamente al


respetable que chiflara: «¡Chiflad, hostia!». Una y otra vez, como si no hubiera mañana. «¡Chiflad, hostia!, ¡chiflad, hostia!», en un impotente intento de poner nervioso al tranquilo juego


del Elche. La verdad es que hubiera chiflado si hubiese sabido, porque por momentos el juego del conjunto ilicitano me desesperó. Ese continuo pase atrás al portero y esperar la presión de


Lucas Boyé, ya agotado, anestesió a un necesitado Granada. Ahora que repaso los datos del partido, veo que el reclamo tenía fundamento: Dituro, que pareció jugar casi toda la segunda parte


más de líbero que de portero, dio más pases que todo nuestro centro del campo. Lo que más temo es que, con esa forma tan sencilla del pase atrás al portero y dos centrales bien posicionados


y con buen pie, el Elche maniató al Granada, que se vio incapaz de recuperar el balón a pesar del esfuerzo. Una táctica fácil de copiar por cualquier equipo que esté medianamente bien


trabajado. Así que, viendo lo visto, aunque ya tenga 40 tacos, quizá deba proponerme de nuevo aprender a chiflar. Seguro que en Youtube hay tutoriales. Todo sea por echar una mano al equipo


si le diera por entrar en 'play off' de ascenso a Primera división.