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La imagen del Granada el pasado lunes en Los Cármenes no dejó indiferente ni al más acérrimo de los granadinistas. No hay excusa. La reincidencia ... hace que la herida, en lo más profundo
del socio, sangre más aún. Basta ya. El fútbol como tal, no hay otra explicación, había devuelto al Granada la dominante posibilidad de depender de sí mismo. Y lo más importante, ser
independiente a falta de tan solo nueve puntos por disputarse. Tras más de veinte jornadas a la deriva, volver a tener opciones reales era un sueño cumplido. Ser independiente a falta de
tres jornadas era ya una quimera. Desde aquel milagroso domingo de resurrección que devolvía al equipo nazarí a la zona noble, todo han sido carambolas positivas. Pero, por supuesto, el
fútbol, a la larga, acaba siendo justo, y era realmente imposible que acabara premiando a un equipo que, sencillamente, no lo merece. Queremos pensar desde fuera que la profesionalidad y
honestidad de los que están sobre el verde prima por encima de lo aparentado sobre él. Lo único cierto es que, si la imagen expuesta en Córdoba o Tenerife fue digna de una merecida crítica,
la mostrada contra Málaga y Eibar no hace más que ofrecer argumentos para detener un barco sin rumbo definitivamente y recapacitar, de una vez por todas, acerca de por qué se ha generado
esta situación y, lo que es más importante, tomar decisiones racionales en base al aquí y ahora. No basta solo con un cambio de aires en el banquillo. Y es que, a pesar de que en un pasado
reciente el club se paseaba por Europa, ha llegado el momento de bajar al suelo y hacer un ejercicio de reflexión. Se trata de una entidad, el eje del deporte granadino, un club casi
centenario, que merece un respeto por parte de todos para no acabar descarrilado y sin frenos. Ejemplos así no faltan en el fútbol español, y nuestro querido Granada está cogiendo una
silueta que, desgraciadamente, encaja perfectamente en ese perfil. Basta ya. Reflexionemos pues.