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Víctor M. Romero Lunes, 20 de julio 2020, 00:53 Comenta Compartir Miguel Indurain forma parte de la galaxia del ciclismo. Es una de sus principales estrellas. El navarro marcó una época en
el deporte español pero, además, junto a sus méritos en la competición, logró el hito de convertirse en el protagonista del verano durante cinco años consecutivos, de 1991 a 1995. Y... lo
que es inédito, 'se cargó' la siesta. El quinto Tour de Indurain en 1995 fue la culminación a los meses de julio en los que nadie descansó tras el almuerzo. Algo increíble lo de
este gigantón sencillo, tímido, de pocas palabras. El corredor de Villaba fue capaz de sentar en el salón a toda la familia al completo. Veranos sin siesta, julio sin reposo tras la comida,
impensable. Pues sí, Indurain pudo con los culebrones, entonces de moda. 'Pasión de Gavilanes' resultó ser menos apasionado. La gran pasión de los españoles era ver a Indurain
subir montañas con cara de póquer y ritmo cansino, sin acelerar ni aflojar, con un rostro que ocultaba sus condiciones físicas reales, si estaba fuerte o quizás ocultaba desgaste o una
'pájara'. Miguelón despistaba a sus rivales con pedaleo tan metódico, los aburría y amargaba. Nada ni nadie podía superar la estampa de aquel robot montado en bicicleta. Ni los
culebrones ni tampoco los soporíferos documentales de animales de La 2. El magnetismo del ciclista navarro impedía dormir en el sofá. Todos seguían atentos sus avances en la ronda francesa,
la carrera por excelencia del calendario internacional. TVE también se rindió y lo pasó a su primera cadena. Antes de que Indurain eliminara la siesta veraniega, tuvimos la oportunidad de
conocerlo a fondo. Cuando Miguelón era todavía Miguelín venía por Granada con asiduidad. Entonces no era tan adicto al chuletón y más partidario del botellín. Vivió la explosión del
ciclismo, fue el primer corredor de laboratorio. Nunca sabremos si su sangre era de horchata, aunque lo pareciera, siempre sereno, impasible, concentrado. Tampoco si le hicieron
transfusiones. El dopaje en ese tiempo no estaba sometido a tanto control. Es inocente, por tanto. A otros los pillaron como a Armstrong, Ullrich, Pantani... El caso es que Indurain venía a
la Vuelta a Andalucía invitado por la familia Cuevas, los organizadores de Deporinter, cuando todavía era casi un desconocido, solo un corredor que prometía. De hecho, en 1985, hizo podio,
segundo por detrás del alemán Rolf Gölz y por delante de Jesús Blanco Villar en la clásica andaluza. De sus inicios, el gran espaldarazo fue ganar el Tour del Porvenir en 1986. Ya en febrero
del 87 se presentó en la Ruta del Sol. Sergio Cortés y yo le buscamos por la Ciudad Deportiva de Armilla, de donde salía la carrera. Estaba calentando. De momento, no era acosado ni por
aficionados ni por periodistas. Estaba aun muy lejos de Perico Delgado o Gorospe, a los que ayudaba, pero los mejores directores deportivos como Mínguez, Pino, Sáiz o Belda ya se habían
fijado en él y presagiaban que sería un gran campeón. Cuando íbamos a transcribir la entrevista, pongo la grabadora y había sido borrada con declaraciones de otros ciclistas en salidas y
metas. Tierra, trágame. No pasa nada, le digo a Sergio, yo tengo buena memoria, comí rabos de pasas, venga, tú pregúntame y yo te contesto como si fuera Miguelón. Y así se publicó en un
ejercicio periodístico prohibido y que nunca debí confesar, ni siquiera en esta 'Maleta'. Total, Indurain contestaba con monosílabos... Comenta Reporta un error