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Hollywood no nos había preparado para esto. Ni con _El Planeta de los Simios_ o _Terminator_, menos con _Guerra Mundial Z_. Nos había contado de pandemias terribles, pero siempre ocurría el
rápido encuentro de la vacuna salvadora. Esta pandemia es otra cosa. No estábamos preparados para ver a un médico italiano confesar, en medio de un llanto de hombre curtido en dolores, que
había tantos enfermos graves y tan pocos ventiladores que debía escoger quién era el siguiente en salvarse. No estábamos preparados para escuchar el testimonio de un joven español que había
llevado a sus padres –tosiendo y febriles- hasta la puerta de un hospital, pero que no lo dejaron entrar para acompañarlos, que le dijeron váyase a su casa que nosotros le avisamos. Y que
luego de cinco días de incertidumbre infernal, de llamadas cruzadas y perdidas, sin noticia alguna, le habían llamado para decirle que sus padres habían muerto y que pasara a recoger sus
cenizas. No estábamos preparados para ver los cadáveres abandonados de las calles de Guayaquil. [banner id=»118565″] SUSCRÍBETE Recibe información especializada todas las semanas. SUSCRÍBETE
Esa Plaza San Pedro completamente vacía bajo la lluvia, con impotentes farolas y un anciano pontífice tratando de infundir palabras de esperanza, fue la imagen misma de la desolación. ¿Así
va a terminar todo? Nuestra civilización de oro y miserias, de ciencia y armas fulminantes, terminada por un bicho invisible que ni siquiera es un animal u hongo. Todos, absolutamente todos,
atravesados por la misma angustia alimentada por los noticieros cada hora, cada minuto, cada segundo. Ya el racional Malthus, que no entendió el simbolismo del Apocalipsis, confiado en sus
cálculos, anunció en 1798 que ese se desataría cuando el crecimiento de la población fuera tan veloz que la producción de alimentos no pudiera satisfacerlo. El género humano moriría de
hambre y enfermedades, a menos que retornáramos al canibalismo, tal como propuso _Soylent Green_. Pero, lo que sí realmente nos ha puesto al borde del infierno, no del metafísico, sino del
millón de grados de calor que producen son las armas nucleares, de Oppenheimer y sus científicos del Proyecto Manhattan, aderezadas hoy con los misiles hipersónicos de Putin y Trump. ¿Será
por ellas? ¿O será por el calentamiento global que hará desaparecer los casquetes polares, glaciares y lluvias y con ello, el agua dulce? ¿O será más bien el individualismo extremo nuestro
veneno? Esa soledad que tiene atrapadas a varias de las sociedades “desarrolladas” donde la gente vive sola y se suicida, donde los matrimonios casi han desaparecido, donde el índice de
natalidad se acerca al cero… ¿Cómo saldremos de esta crisis? ¿Con ganas de abrazar a los nuestros? ¿Con ganas de velar un día entero a nuestros muertos, como se hacía antes, contando sus
chistes y recordando sus vidas? ¿Crecerá un poquito nuestra empatía y nuestra solidaridad? ¿Se abrirán las fronteras o cerraremos nuestros corazones en nacionalismos e ideologías clasistas?
¿Seremos un poquito austeros y menos consumistas? O ¿saldremos con ganas de evadirlo todo, buscando el olvido y la borrachera; esperando que la mano dura de los gobernantes ajuste a los
subversivos que quieran cuestionar nuestras comodidades? ¿Abriremos nuestros corazones a la esperanza y a la fraternidad, conscientes de que estamos en la misma barca, como ha pedido el Papa
Francisco? Preguntas sobre las que aún no tenemos respuesta. _«Frágil y dura esperanza», publicado por Noticias Ser_ [banner id=»117862″] El Búho, síguenos también en nuestras redes
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