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Comenta Compartir Basta intentar cualquier gestión en una oficina bancaria para constatar que unos sectores productivos han hecho más esfuerzos que otros para seguir atendiendo a sus
clientes. En el extremo contrario de esa sucursal, que, en caso de seguir funcionando, tendrá la puerta cerrada, servicios restringidos y falta de interés en solucionar los problemas de sus
usuarios, está la hostelería, que desde el inicio de la pandemia no ha dejado de reinventarse. Comida para tomar, para llevar o para enviar, cartas digitales, mamparas y desinfecciones,
formación del personal, desarrollo de protocolos de higiene, más carga de trabajo para menos personas, mejor servicio en una situación desesperada donde el futuro pinta negro, negro. La
hostelería es territorio de PYMEs. No admite el teletrabajo y pese a extremar las precauciones, numerosos locales han tenido que cerrar de forma preventiva por contagios que les han entrado
por las puertas, entre otras cosas, porque todas esas medidas que se exigen a bares, restaurantes o cafeterías, se incumplen demasiado a menudo en el ámbito privado. En las actuales
circunstancias, un cierre de dos semanas puede ser la puntilla para muchos negocios que ya viven en la cuerda floja. En estos días y en toda España, empresarios y trabajadores han salido a
la calle a exigir medidas de apoyo: prolongación de los ERTEs, ayudas puntuales, coordinación con las autoridades para una mejor gestión de brotes y procesos de cuarentena, ayudas a fondo
perdido para negocios que están facturando menos del 25% de lo habitual. No es ningún disparate, y no supondría ningún agravio comparativo para otros gremios que se habilitaran estas
medidas. Lo que es un agravio es que no se haga nada para salvar un motor económico con 1,7 millones de trabajadores al que se le están exigiendo más sacrificios que a la mayoría y al que se
le están cargando injustamente más culpas que a ningún otro. Comenta Reporta un error