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De poco tiempo a hoy, una serie de políticos y, en especial, políticas, han engendrado una serie de palabros, sí digo bien conscientemente, cuyo parto dan lugar a criaturas lisiadas,
imposible inscribirlas en el registro de la Real Academia de la Lengua Española. Pues bien, esa criatura repito, que nació discapacitada, cuando empezó sus primeros balbuceos empezó a decir:
pape, mame, elles. Según iba evolucionando y ya, de mayor, empezó a pronunciar palabras inexistentes en el argot popular como, niñes, elles, hijes y cuando una política se manifestaba decía
la portavoza o este miembra se me duerme. Esta última palabra la balbuceó Bibiana Aido, cuyo mérito para ser ministra, entre otros, es haber sido directora de la Agencia Andaluza para el
Desarrollo del Flamenco. Personas con pocas luces no dicen estas gilipolleces. Hoy, a nadie se le ocurre poner a una mujer: Protógenes, Merenciana, Burgundofora, Estercacia, Canuta o a un
hombre, Canuto, Filadelfo, Aproniano, Dioscorides o Cojoncio. Por cierto, nombres que sí figuran en la RAE. Este lenguaje ha sido inventado por expertas ministras, exministras y toda la
corte terrenal de politiques ignorantes e ignorantas. Pues bien, mi título puede ser que esté en línea inclusiva, pero voy a usar las figuras literarias, en este caso, la metonimia, que me
permite hablar con razonamiento lingüístico. Si ateo es aquel que no tiene creencias en un creador y, por supuesto, Dios no existe, para mí la palabra ateo, aplicado a las políticas y a los
políticos, significa que no creo en ninguno de ellos ni en ellas y menos, en elles. A veces, pienso que mi formación cultural y filosófica en los clásicos ha sido un error y que, visto la
cultura actual, deberíamos anular la Historia filosófica de Grecia, Roma y, por supuesto, nuestro Siglo de Oro que es lo más grande que ha parido la historia cultural y literaria de España.
Como mi título es: soy ateo político, no tengo más remedio que justificarlo y hablar de los políticos y de las políticas y, ahora, de los politiques. ¿Por qué soy un ateo político? Porque no
se hace política en el sentido que tiene la palabra. Hoy, regla general, el político es un avispado. El político es aquel que solo le preocupa medrar. El político es un peregrino que inicia
un camino para ganar el Jubileo y que el premio final es sentarse en una bancada. Aplaudir al engañifla, a la engachifla, al trilero, a la trolera ¡Cuánta corrupción estamos pagando los
españoles! ¡Qué imbéciles somos! Soy, repito, un ateo político porque la política está al servicio del poder y no del pueblo. Soy ateo porque la justicia, que imparten ciertos jueces, es
prevaricación continua. No soy creyente político porque el Tribunal Constitucional dicta sentencias injustas contrarias a la Constitución para favorecer al poder. No soy creyente porque el
Fiscal General que debería velar por la ley es el que más la quebranta. No puedo creer ni en los Ábalos, ni en los Koldos, ni en los Tito Berny que robaron al estado y sus ladronicios,
algunos, fueron para pagar sus juergas en los lupanares para satisfacer su promiscuidad con secretarias de compañía y, según ultimas informaciones, en suites de paradores del estado. Sigo no
creyendo en este presidente, que Luis del Val le aplicó el epíteto de Mentiroso, porque un día dice una cosa y, al día siguiente, la contraria. En síntesis, es un trapacero compulsivo o un
psicópata, objeto de estudio futuro en las facultades de sicología. No puedo creer, repito, en un personaje que accedió al poder con una moción de censura, acusando a Rajoy de ser un
corrupto y, hoy, este inquilino del palacio de la Moncloa tiene que abrir todas las ventanas porque no hay quien aguante el olor nauseabundo y putrefacto del palacio monclovita, fruto de la
mayor corrupción que ha conocido la democracia española. No puedo creer en una Begoña Gómez, esposa amadísima del César de la Moncloa, que además de honrada debe parecerlo. Es todo lo
contrario. Usa el poder y el dinero público para sus caprichos o para favorecer a sus amigos. No puedo creer en una ministra de Hacienda que sangra a todos los empresarios y ciudadanos
españoles con impuestos no para que progrese el país, sino para empobrecer España. No puedo creer en una ministra de Trabajo que, pistola en mano, protegida por la casta sindical, policía
protectora, que está atracando continuamente al empresario y, por derivación, perjudicando al trabajador. No puedo creer en unos ministros, ministras. que llegaron al poder no por sus
méritos ni por su currículo ni por su experiencia ni por su preparación sino por ser amiga, amigo de un engachifla o de un titiritero, cuyas decisiones son estrambóticas, dignas de los
mayores incapacitados públicos, imposibilitados de nacimiento para ejercer una actividad política. No creo en los políticos ni en las políticas y lo demuestro en este León, moribundo,
lastrado en décadas, sin solución, rico por su naturaleza y arruinado y abandonado históricamente por unos políticos mentirosos e indignos de que salgan a la luz para decir que León recibe
no sé cuántos millones de euros. A los políticos actuales se les debe aplicar el ostracismo y, a los pasados, condenarlos in absentia, por mentirosos y traidores. Al león rampante le han
cercenado las garras y los políticos nefastos lo han pisoteado y contemplamos, absortos, su expiración final. Yo no creo en los políticos ni en las políticas. Para mí, el político es un ser
que llegó a la política para vivir y satisfacer sus deseos morbosos y placenteros a costa del padre estado y de todos los ciudadanos que, cada vez, somos más idiotas y, cuando votamos,
votamos a una especie de seres inútiles para gobernar. Estamos votando a los mayores incapacitados de la historia democrática española. No sigo. Retengo mis impulsos y no me atrevo a más
calificativos por educación y, sobre todo, pensando que visto cómo está la justicia, un juez de esos que sirve al poder me puede condenar a galeras. No obstante, mi título lo confirmo y mis
palabras las ratifico. Mis creencias políticas me las han anulado estos giligaitas, que tenemos gobernando en este país y me he convertido en un ateo político convencido.