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_NOTA DEL EDITOR: Silvina Moschini es emprendedora especializada en la transformación digital del mundo del trabajo. Es fundadora y presidente de TransparentBusiness, una plataforma que
permite gestionar equipos remotos de forma transparente. Es presidente y productora ejecutiva de Unicorn Hunters y Unicoin. Las opiniones expresadas en este comentario pertenecen
exclusivamente a la autora. Ver más artículos de opinión en CNNE.com/opinion _ (CNN ESPAÑOL) – Ocurrió hace poco más de medio siglo y redefinió las reglas del sistema financiero surgidas
tras la Segunda Guerra Mundial. Me refiero a la decisión del entonces presidente de Estados Unidos Richard Nixon de suspende la convertibilidad del dólar respecto al oro y que dio lugar al
llamado dinero “fiat”. Aunque se trata de una página famosa de la historia económica global, repasarla con ojos actuales y a la luz del imparable avance del dinero digital nos permite
repensar las nociones de “dinero” y “respaldo” justo cuando se agrietan los mecanismos clásicos de las finanzas globales y los nuevos no terminan de consolidarse. Una de las razones
evidentes de aquella decisión de Nixon dejó al descubierto que la finitud del oro podía mostrar su lado menos amable. La abundancia mundial del dólar exponía a la moneda a que su hipotético
cambio por oro drenara la Reserva Federal y la expusiera al colapso. En otras palabras, la capacidad de almacenamiento quedaba completamente cuestionada. Aquella vuelta de página de 1971
implicó el abandono del sistema de cambio fijo y las monedas comenzaron a fluctuar libremente. El dinero “fiat” (expresión en latín que significa “que así sea”) entró en escena con el único
aval de la circulación legal conferida por los Estados. De ahí en adelante fuimos testigos de la trayectoria errática que podía acarrear aquella confianza, incluyendo fenómenos tristemente
frecuentes como la emisión monetaria descontrolada y la consecuente inflación. NUEVO TABLERO, NUEVAS REGLAS Aunque seguimos atados a las consecuencias del “Nixon shock” resulta cada vez más
evidente que el ascenso de las criptomonedas apresura un brusco cambio en el tablero. Un dato ilustrativo al respecto es que en apenas una década el mercado global de las criptomonedas
alcanzó la cifra sideral de US$ 3 billones. Pero el impacto numérico no debe confundirnos. Algunas criptomonedas arrastran las mismas debilidades conceptuales del viejo patrón oro y otras,
como las stablecoins, pagan “cara” su paridad con el dinero “fiat”, como quedó demostrado durante el reciente “criptoinvierno”. No se trata de diferencias menores. La ascendente influencia
del dinero digital y las razones que llevan a un número creciente de países a adoptarlo no debe ocultarnos las preguntas imprescindibles: cuál dinero digital necesitamos y con qué respaldo.
Por eso, cuando escucho que “no todo lo que brilla es cripto” pienso inmediatamente en la volatilidad de las criptomonedas de primera generación y sus cualidades negativas ligadas al
anonimato y la falta de transparencia. Aunque tienen el mérito indudable de haber popularizado la tecnología “blockchain”, hoy resultan inadecuadas para impulsar una economía con eje en la
innovación. La evolución hacia las criptomonedas de segunda generación implica superar tanto las debilidades del respaldo en un activo finito como el oro como las múltiples desventajas del
dinero “fiat”. En este sentido, se trata, ya no de un nuevo capítulo en la joven historia de las divisas digitales, sino de un escenario novedoso que revitaliza los mecanismos financieros y
los conecta con una economía real motorizada por activos con alto potencial de crecimiento. En América Latina ya hay numerosas experiencias que nos permiten vislumbrar que las criptomonedas
respaldadas en esta clase de activos son posibles y deseables. Agrotokens, AvocadoCoin, Kmushicoin y Unicoin son algunos de los nombres de la nueva escena cripto de la región que, más allá
de sus diferencias, están redefiniendo un nuevo estándar de “smart coins”. El rasgo superador de este estándar es que simultáneamente garantiza la posibilidad de almacenar valor y la
capacidad de efectuar transacciones, dos propiedades esenciales para que el sistema monetario de las próximas décadas sea capaz de propiciar una economía verdaderamente dinámica y con
posibilidades ciertas de acelerar la innovación y la creación de riqueza.