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Durante mis años como cuidador, me preocupaba. Mucho. Mi madre tenía mal equilibrio y se caía con frecuencia, y me inquietaba que se lastimara. Tenía demencia temprana y se confundía sobre
sus medicamentos, y me angustiaba que experimentara una reacción adversa. Me inquietaba que no comiera adecuadamente, que manejara mal su dinero o que no pasara suficiente tiempo con otras
personas. Me preocupaba incesantemente, a menudo sin necesidad, excepto en las pocas ocasiones en que mi inquietud estaba justificada. ¿Por qué me preocupaba tanto? En parte, es un hábito
innato de toda la vida; vengo de una larga línea de personas propensas a la preocupación. Por otra parte, me sentía totalmente responsable de ella como su cuidador principal. Me decía a mí
mismo que no podía dejar que le pasara nada malo bajo mi cuidado. No iba a permitir que ella ni ninguno de mis familiares pensaran que su hijo era un cuidador inepto. Me atormentaba
continuamente a mí mismo con todas las cosas que podían ir mal y luego intentaba controlarlas para evitar que mi madre sufriera. ¿Es normal? La mayoría de los cuidadores no se preocupan
tanto como me preocupaba yo. Saben que hay límites en cuanto a la responsabilidad que pueden asumir con respecto a su ser querido. En las sabias palabras de la plegaria de la serenidad:
aceptan las cosas que no pueden cambiar. Traté de ser realista y aceptar que no podía evitar siempre que mi madre perdiera el equilibrio y se cayera. Sin embargo, ese conocimiento no impidió
que me preocupara. La preocupación tiene fines positivos. Nos mantiene alertas al peligro, nos impulsa a tomar medidas para evitar que sucedan cosas malas y nos prepara para actuar
rápidamente cuando suceden. Pero hay una palabra para describir la preocupación excesiva: ansiedad. La ansiedad se puede definir en forma abreviada como “preocupación incontrolable”. Es más
común que la depresión. La mente de las personas ansiosas salta de una preocupación a otra antes de volver a menudo a lo primero que las inquietaba y empezar de nuevo el ciclo. Eso no las
acerca más a resolver los problemas que están rumiando. Podríamos decir que sus pensamientos se han visto abrumados por las preocupaciones. Estar ansiosos no mejora el desempeño de los
cuidadores. Por el contrario, la ansiedad hace que sea más difícil para ellos procesar nueva información proporcionada por los médicos o administradores de casos de la persona a la que
cuidan y luego responder adecuadamente. Experimentan pensamientos acelerados que los mantienen despiertos por la noche. La ansiedad perjudica su calidad de vida. Es cierto, los cuidadores
inevitablemente tendrán buenas razones para preocuparse. Pero para ser lo más eficaces posible, deben tomar medidas para evitar sentirse ansiosos. Estas son algunas ideas para conseguirlo.