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PÉRDIDA DE RITUALES DEL FINAL DE LA VIDA El aislamiento social generalizado a causa de la pandemia, combinado con factores estresantes, como no poder estar físicamente al lado de un ser
querido en su lecho de muerte o no poder asistir a un funeral debido a las restricciones del coronavirus, pueden causar efectos negativos a largo plazo, dicen los expertos. “Una de las cosas
que facilita la curación es poder expresar el duelo ante otros. Necesitamos rituales que marquen el final de la vida, y a muchas personas se les han robado esos rituales”, dice Kessler.
Juan Lopez y su madre Juanita Zavaleta. Cortesía de Juan Lopez Las incógnitas del coronavirus en abril del 2020 impidieron que Juan Lopez viajara desde el otro lado del país al suburbio de
Beverly en Boston para ver a su madre, Juanita Zavaleta, cuando tenía fiebre y murió de COVID-19 a los 79 años. “No estuve físicamente ahí y no pude despedirme de ella en persona”, dice. “En
ese momento, no había vacunas. No sabía qué hacer y me sentía impotente. Sentí que me la quitaron”. Lopez, quien tiene 47 años y reside en Los Ángeles, dice que “todavía está lidiando con
eso”. “Ha sido muy difícil”, señala. “Creó una enorme conmoción en mi familia y problemas entre mis hermanos, quienes están intentando enfrentar la situación de diferentes maneras, como
cesar la comunicación entre ellos. No tengo ese apoyo”. Nuevos datos publicados en mayo por la Organización Mundial de la Salud ilustran el alcance a nivel mundial de las muertes
relacionadas con la pandemia o a causa de la incapacidad de recibir tratamiento debido a la pandemia: casi 15 millones más de personas murieron de las que hubieran muerto durante tiempos
normales. Además, el cálculo mundial de orfandad y muertes de cuidadores realizado por Imperial College London muestra que aproximadamente 7.9 millones de niños perdieron a uno o ambos
padres, y hasta 10.4 millones de niños perdieron a un cuidador primario o secundario. Los nuevos datos sobre los niños son una actualización de la investigación publicada en abril y octubre
del 2021 por Susan Hillis, anteriormente de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. Entretenimiento Paramount+ 10% de descuento en cualquier plan de Paramount+ See more
Entretenimiento offers > “Las fuentes principales de apoyo para los niños están menos disponibles física o prácticamente y menos presentes que en el período previo a la pandemia”, lo
cual, dice Hillis, “aumenta drásticamente el duelo prolongado”. Kimberly Junda, de Clifton, Nueva Jersey, buscó apoyo en línea para el duelo cuando su padre, Gregory Junda, de 70 años,
falleció en el 2020 a causa de la COVID. A pesar de un pronóstico inicialmente positivo, murió después de un mes de recibirlo. “No nos permitieron visitarlo en el hospital”, dice. “Podíamos
comunicarnos con él por medio de videollamadas. En ese sentido, la COVID desempeñó un papel importante que afectó nuestro proceso de duelo y nos impidió apoyarlo debidamente y visitarlo”.
Junda, quien es hija única, recuerda que a ella y a su madre les permitieron ver a su padre para despedirse cuando la muerte era inminente. A diferencia de Junda, Josie Rodriguez pasó siete
años cuidando de su padre, quien padecía demencia. Ella y sus siete hermanos perdieron a su madre de pequeños. Así que, cuando su padre, Julio Pastrano Rodriguez, recibió un diagnóstico de
demencia en el 2013, ella se jubiló temprano de su trabajo como maestra de Lengua y Literatura de sexto grado para cuidarlo. Rodriguez, de 63 años, fue su cuidadora principal hasta su muerte
en el 2020. “Pude conocerlo de una manera en la que no pude conocer a mi madre”, dice Rodriguez, quien divide su tiempo entre Santa Fe, Nuevo México, y Austin, Texas. “Todavía había una
gran sensación de pérdida”. “El duelo no tiene un límite de tiempo”, dice Shear.