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CUANDO EL PAPEL DE CUIDADOR LLEGA DE REPENTE Según Jennie Beller (59 años), de Indianápolis, ella y su marido, Chuck (70), al principio parecían ser una pareja poco probable. Se conocieron
por medio de amistades mutuas, después de que terminaran sus respectivos matrimonios. “En broma le decía a Chuck que era mi amor de clase obrera, porque él trabajaba en un muelle de carga en
Roadway Express, mientras que yo tenía una maestría”, dice Jennie. “Pero nos llevamos muy bien desde el principio, y él siempre me hacía reír”. Jennie y Chuck Beller Chuck prestó servicio
militar en Tailandia, como integrante de la Fuerza Aérea, durante la Guerra de Vietnam. “No sé mucho de su servicio militar porque no le gustaba hablar de eso”, dice Jennie. Se casaron en
el 2000 y, después, Chuck retomó sus estudios con el fin de obtener un título universitario de dos años. Jennie empezó a estudiar Derecho por las noches, mientras trabajaba a tiempo completo
para el estado de Indiana como subdirectora de la División de Protección al Consumidor, donde atendía a los afectados por la crisis de préstamos hipotecarios. Entretenimiento Paramount+
10% de descuento en cualquier plan de Paramount+ See more Entretenimiento offers > En una noche del 2011, Jennie se acostó antes que Chuck. Cuando la despertaron los ladridos del perro,
bajó las escaleras y encontró a Chuck en una situación delicada, tirado en el suelo. Fue llevado de urgencia al hospital, donde el personal lo atendió por un derrame cerebral. “Así comenzó
la pesadilla”, dice Jennie. “Una noche me acosté, y al día siguiente todo había cambiado”. A causa del derrame cerebral, Chuck quedó paralizado del lado izquierdo, sin poder comunicarse con
palabras. Jennie se dio a la tarea de navegar el sistema de prestación de cuidados. Chuck ingresó primero a un centro de rehabilitación del VA para pacientes agudos. Después, Jennie encontró
un hogar de ancianos que, en su opinión, ofrecía mejores posibilidades para que Chuck progresara. Mientras tanto, Jennie nunca dejó de trabajar, lo cual hacía aún más estresante una
situación ya de por sí difícil. Durante los primeros cinco años después del derrame cerebral de Chuck, Jennie trató de aferrarse a todo, en lo que ella califica de “un intento inútil de
negar[se] a aceptar la realidad del derrame cerebral”. Jennie trabajaba a tiempo completo, llevaba a Chuck al centro de cuidados diurnos y lo cuidaba por las noches... todo ello sin tomarse
ningún tiempo para sí misma. “Me desvelaba haciendo todo lo demás que fuera necesario”, dice. “Chuck cuenta con todas sus facultades mentales, pero a veces tengo que hacer malabares para
lograr que entienda ciertas cosas”, explica Jennie. “Es tan inteligente como siempre, y plenamente consciente, pero su servicio militar lo ha dejado con problemas de ira y el TEPT [trastorno
de estrés postraumático], así como los efectos del agente naranja”. Jennie se sentía aislada y subió de peso. Cuando los médicos le detectaron un tumor de ovario del tamaño de una toronja,
por fin se dio cuenta de que tenía que tomar un tiempo de descanso para su recuperación mental y física. “Tuve muchos pensamientos suicidas”, dice Jennie. “No quería quitarme la vida, pero
quería morir. Es difícil cuando el hombre al que amas te maltrata verbalmente. Es tan difícil lidiar con ese enojo. Tengo la sensación de haber perdido todo el tiempo desde que cumplí 50
años y, ahora que voy a cumplir los 60 en enero próximo, me siento un poco triste”. Jennie se concentró en su propio bienestar. Trabajó con un entrenador personal y bajó 100 libras. “Ha sido
la mejor decisión de mi vida”, dice. A pesar de todo, Jennie sigue buscando los aspectos positivos de la situación. Según ella, cuidar de su marido ha sido un privilegio y una bendición.
“Hay momentos en que nos reímos y hay momentos en que lloro. En toda esta situación hay algo positivo. Simplemente hay que buscarlo”. EL LARGO CAMINO AL DIAGNÓSTICO Melissa (51 años) y Sean
Johnson (51), de Aberdeen, Dakota del Sur, se conocieron en 1995. Menos de un año después, se casaron cuando parecía que Sean estaba a punto de ser enviado a Bosnia. Él sirvió en la guerra
del Golfo y luego en la Reserva del Ejército. En el 2005, fue enviado a Irak, donde resultó herido en una explosión de mortero. Perdió el conocimiento durante unos minutos y, después, se
levantó y se fue caminando del lugar de la explosión. Pero acababa de sufrir una lesión craneal cerrada que tardaría años en diagnosticarse. Melissa y Sean Johnson Como cónyuge de un
reservista, Melissa no tenía una extensa red de contactos en la comunidad militar. Además, en aquel entonces se sabía muy poco sobre las lesiones cerebrales traumáticas (LCT) y el TEPT. “Yo
me sentía como si fuéramos los únicos que lidiaban con esta lesión”, dice. La primera vez que Sean volvió de Irak para tomar un descanso después de sufrir la lesión, tuvo problemas para
dormir y padeció dolores de cabeza frecuentes. Él y Melissa atribuyeron estos males al hecho de haber viajado de un lado del mundo a otro. “Nunca me mencionó siquiera la explosión”, recuerda
Melissa.