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Lo que sí la ayudó, en cambio, fue su deseo de informarse. Prestó atención a las noticias y miró una serie documental de Netflix, titulada Pandemic: How to Prevent an Outbreak. Dejó de
hacerle caso al bullicio que circulaba por las redes sociales y, en cambio, escuchó a expertos como el Dr. Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades
Infecciosas. Se dio cuenta de que la lucha contra la COVID-19 comenzó mucho antes de que ella tuviera noticias de la enfermedad y antes de que causara estragos en Greenville Center. Según
Lori Pendleton, directora ejecutiva del hogar de ancianos que alberga 125 camas, en un lapso de aproximadamente seis semanas en la primavera del año pasado contrajeron el virus 76 residentes
y fallecieron 24. También dieron positivo más de 30 empleados, entre ellos Ramos —quien no tuvo ningún síntoma—, y uno de los auxiliares de enfermería falleció. Entretenimiento Paramount+
10% de descuento en cualquier plan de Paramount+ See more Entretenimiento offers > "Fue traumatizante, algo que nunca habíamos vivido", dice Ramos, quien lleva más de una década
trabajando en este sector. "Estamos acostumbrados a que fallezcan nuestros residentes. Pero por la forma en que murieron —tantos de ellos, con tantos enfermos al mismo tiempo—, no
dábamos abasto. Fue horroroso". Ramos habría preferido pasar un poco más de tiempo tomando la mano de quienes estaban a punto de morir, pero había demasiado que hacer. El hogar de
ancianos ya tenía deficiencia de personal antes de que llegara la COVID-19. La pandemia agravó la situación, a medida que los empleados daban positivo y aquellos de edad avanzada que tenían
enfermedades preexistentes optaban por la jubilación anticipada con el fin de protegerse, señala Ramos. Antes trabajaba un horario normal de 32 horas por semana; ahora sus jornadas eran de
16 horas, hasta siete días por semana. Cuando la parecía que ya no aguantaba más, salía del edificio para gritar o llorar. Pero luego pensaba en los residentes que ahora la necesitaban más
que nunca. Ramos considera que esta experiencia los dejó a todos padeciendo una especie de trastorno por estrés postraumático. Ella duda que logren volver a lo que llama "una normalidad
normal". Pero una de las claves para seguir adelante, dice Ramos, es la vacunación. "No quiero ser la razón por la que se infecten nuestros residentes o mis familiares", dice
Ramos, quien está casada y tiene un hijo de 15 años de una relación previa, así como una hijastra de 14 años. "Quiero protegerlos". AUMENTO PAULATINO DE LAS VACUNACIONES EN
HOGARES DE ANCIANOS Ya para cuando la vacuna llegó a Greenville Center en enero, Ramos estaba dispuesta a recibirla. Muchos de sus colegas se negaron a vacunarse por diversas razones, entre
ellas su temor a los efectos secundarios. "Yo seré el conejillo de indias por ustedes", les dijo Ramos. Desde hace tres años, Ramos ha sido delegada sindical del Service Employees
International Union District 1199 New England. El sindicato le pidió que hablara personalmente con sus colegas sobre la inocuidad de la vacuna, con base en sus propias experiencias. Además,
Ramos declaró ante el Comité de Finanzas del Senado durante una audiencia virtual sobre los impactos de la COVID-19 en los hogares de ancianos, donde habló de la falta de campañas educativas
sobre la vacuna dirigidas a los auxiliares de enfermería.