Siete años de cuidar de mi madre ante su deterioro físico-mental

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Cortesía de Mercedes Soler Facebook Twitter LinkedIn Lo aprendido Cuidar a una persona con demencia es un compromiso largo y desgastante. Hay que buscar ayuda profesional. Mi hermana y yo


tuvimos núcleos familiares fuertes que nos apoyaron, especialmente nuestros esposos e hijos. Siempre le insistimos a mi madre que saldara la hipoteca de su apartamento y que viviera con


deudas mínimas. El costo de cuidar a una persona con padecimientos físicos y mentales puede tardar años. Nosotros calculamos que los ahorros que requeríamos eran los equivalentes al costo de


una carrera universitaria de cuatro años, más dos años de maestría. Es importante calcular los días que hay que ausentarse del trabajo para cuidar al paciente. Algunas consultas médicas son


rutinarias y se puede hablar con el galeno por teléfono mientras el cuidador lleva al paciente a la consulta. Un ingreso es una situación diferente que requiere la presencia de los


familiares. Los ancianos se desorientan mucho durante y después de una hospitalización.


Nota del editor: Esta es la segunda de tres partes de un ensayo muy personal donde la periodista y presentadora de televisión Mercedes Soler comparte la experiencia de su familia con el


cuido de su madre, afligida por la demencia.

La periodista Mercedes Soler junto a su mamá. Cortesía de Mercedes Soler


La Reina Madre fue, durante décadas, la matriarca de nuestra familia. Sobrinos, tíos y por supuesto sus hijas dependimos de su sabiduría y generosidad durante toda una vida. Verla caer en


espiral, lenta e inexorablemente, provocó un desgaste emocional nefasto en quienes la cuidamos. Nos hizo cuestionar el sistema médico estadounidense, a nuestros ojos reservado para los más


ricos o los más necesitados. A sus 85 años Mami tenía Medicare y pagaba un seguro suplementario. Aun así, la forzaron a salir de los centros de rehabilitación antes de que lo consideráramos


prudente y casi nunca calificó para cualquier otra ayuda.


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Durante sus dos estadías en un centro de rehabilitación, tres semanas por la fractura de la cadera y tres meses por la de la columna vertebral, vimos de todo. De un centro afiliado a un


hospital católico de renombre en Miami debimos sacarla debido a negligencia. La encontramos embadurnada en sus propios excrementos dos días consecutivos.


Un día, cuando llegué a las 6 a.m. para darle el desayuno antes de irme a trabajar, encontré a un hombre durmiendo en un catre a su lado. Era la pareja de su compañera de cuarto. No había


controles sobre quién podía entrar o salir, o restricción de horarios. Si no la alimentábamos sus hijas, mi madre no comía. Los empleados de piso tenían demasiados pacientes para dedicarle


mucho tiempo a tratar de alimentarla. Aún bajo los cuidados de profesionales debimos supervisar de cerca su día a día y pagar por cuidadoras privadas.