Mercedes soler: sin herramientas para cuidar a su mamá

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Muchas veces mi hermana y yo nos cuestionamos si estábamos haciendo lo correcto, poniendo el amor por nuestra madre por encima del amor de nuestros esposos e hijos que día a día se


enfrentaban a una crisis y caos que no había manera de contener. Buscamos ayuda, pero no encontramos mucha. Nuestra madre, que hasta hoy sepamos, no calificaba para programas


gubernamentales. Después de haber llegado a Estados Unidos procedente de Cuba a los 53 años y haber trabajado de madrugada limpiando baños en un hospital de Chicago, tuvo la fuerza y el


coraje de regresar a la universidad. Revalidó sus títulos universitarios. Aprendió inglés y volvió a ejercer su profesión. Logró comprar y terminar de pagar su propio apartamento. Este


pequeño caudal, que incluía su Seguro Social y unos ahorros, la excluía del grupo de personas necesitadas. Los gastos de su cuidado, irían por ella y por nosotras. Para el sexto año del


proceso, mi hermana contactó _The Alliance for Aging_, una agencia privada, sin fines de lucro, que brinda servicios en el sur de la Florida y que forma parte de una red nacional con más de


650 sucursales. La lista de espera, para quienes califican, puede tardar hasta dos años. El proceso de entrevistas e inscripción es muy riguroso. Sin embargo, revisan los casos basados en


cuán urgente es la solución del problema. La agencia determinó que tanto nuestra madre como nosotras los necesitábamos a gritos. Accedieron a enviarnos una señora durante una hora, cinco


días por semana, para ayudar a levantarla y bañarla. Mi madre, otrora pulcra y limpia, desarrolló aversión hacia el más mínimo roce de agua en su piel. El regadío de una ducha parecía


dolerle. Asearla, con un chorro suave de agua tibia, se convirtió en una faena que debíamos realizar, entre dos personas, en contra de su voluntad. Aprendimos a auparla de la cama entre dos,


rodándoles las piernas hacia el piso y luego levantando una segunda sábana doblada debajo de un amplio pañal, hasta sentarla. Luego, cada cuidadora se ponía de un lado con un brazo colocado


debajo de sus axilas y la alzábamos. A veces lloraba, a veces nos insultaba, a veces nos agredía. Muchas veces lloramos todas juntas. Consejos para ecuperar la energía y tomar un descanso


Cómo afecta a tus hijos el cuidado de tus padres Cómo manejar tu tiempo mientras cuidas de alguien