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Cerca de 40 millones de personas ayudan a cuidar de algún familiar o amigo mayor. Algunos dejan sus trabajos para hacerlo, y otros terminan viviendo en la casa de la persona que cuidan.
Todos renuncian a gran parte de su libertad personal. ¿Se les debe pagar por su trabajo? Esa es una pregunta muy controversial. A menudo, las familias piensan que brindar cuidados no
remunerados es parte de ser buen hijo o buena hija. Eso tiene sentido cuando se trata de unas pocas horas de vez en cuando —por ejemplo, ayudar a pagar las cuentas y hacer mandados. Pero,
¿qué sucede si los padres necesitan que se les prepare la comida, supervisión al tomar sus medicamentos y ayuda para vestirse o bañarse? Según Genworth, los servicios domésticos o de
asistencia médica tienen un costo promedio de alrededor de $170 por ocho horas al día. No muchos de nosotros podemos costear este tipo de precios. Para resolver el problema del cuidado, un
hijo adulto puede decidir mudarse a la casa de los padres. En ese momento es cuando puede surgir el problema de la remuneración. El cuidador podría estar renunciando a oportunidades de
trabajo, ganancias del Seguro Social y la posibilidad de aumentar sus ahorros para la jubilación. Cuando el padre muere, el cuidador puede quedarse sin hogar y sin oportunidades. Un sueldo,
o alguna otra forma de compensación financiera, parece justo. Lo mismo puede corresponder para los hijos adultos con recursos modestos que reciben a un padre enfermo a vivir a su hogar. Los
adultos mayores con ingresos limitados podrían tener acceso a programas públicos para pagar a los cuidadores, como a algún miembro de la familia (aunque generalmente no el cónyuge), dice
Leah Eskenazi, de la Family Caregiver Alliance. Para obtener una lista de los programas disponibles en tu estado, visita payingforseniorcare.com (en inglés). Algunas pólizas de seguro de
cuidados a largo plazo también cubren una parte de los costos de atención domiciliaria. A falta de estas opciones, la familia tiene que pagar.