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Ned había sido homosexual toda su vida adulta. Aunque había tenido varias relaciones sexuales con mujeres en la escuela secundaria, nunca se consideró heterosexual o ni siquiera bisexual: a
Ned le agradaban las mujeres, pero amaba a los hombres. A los 29 años, Ned se enamoró profundamente de Gerry, un hombre 10 años mayor que él. Estuvieron juntos 23 años, incluso se casaron en
el 2008, el primer año en que California permitiera las uniones entre personas del mismo sexo. Como casi todos los esposos, Ned y Gerry tuvieron sus altibajos, pero siempre consideraron
tener un matrimonio sólido. Entonces, desorden y confusión: Gerry fue acusado falsamente de impropiedad en el trabajo. Con el tiempo lo exoneraron, pero su defensa jurídica tuvo un grave
efecto —personal y económico— en la pareja. Para ayudar a reponer sus ahorros, Ned inició sus estudios de posgrado, donde comenzó a pasar mucho tiempo con otros estudiantes. En poco tiempo,
se había enamorado profundamente de uno de ellos, una mujer llamada Elsa. Gerry naturalmente se quedó pasmado cuando Ned le pidió el divorcio. Se separaron cordialmente, pero Gerry consideró
los actos de Ned fueron inconcebibles e inexplicables. Dentro de un año, Ned y Elsa se casaron y tuvieron una hijita; su matrimonio sigue siendo sólido en la actualidad. Estas historias son
inusuales, pero no únicas. Señalan el conocimiento limitado que aún tienen los científicos analistas del comportamiento sobre lo que nos atrae a ciertas personas en algún momento de
nuestras vidas, pero a completamente distintos tipos de personas en otro. Violet y Ned agregan dos pruebas anecdóticas más a nuestro naciente entendimiento: muchos poseemos más flexibilidad
sexual de la que jamás sospecharíamos tener.