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La Dra. Ethel Percy Andrus emprendió una misión para mejorar la calidad de vida de todas las personas a medida que envejecen. AARP Todo comenzó un sábado, cuando la Dra. Ethel Percy
Andrus recibió una llamada telefónica de un comerciante que vivía a unas 30 millas de Los Ángeles. El hombre había leído en el periódico que la Dra. Andrus fue designada miembro del comité
de la California Retired Teachers Association (Asociación de Maestros Jubilados de California), para trabajar por el bienestar de los maestros jubilados, y entonces le preguntó si podía
visitar a una mujer mayor en su vecindario que necesitaba comida, lentes y dientes. Le dio la dirección de la mujer. Aquí está el resto de la historia, como la contó la propia Dra. Andrus.
"Era un día frío y lluvioso, como el que a veces llega al sur de California, por lo que me quedé sorprendida y consternada, y también sentí un poco de curiosidad, al enterarme de que la
'señora de la casa' había salido, y que la casa en sí era una cabaña de amplias proporciones. Mientras regresaba a mi automóvil, me sentía confundida. El hombre que me había
llamado, bueno para él, no parecía alguien que le hiciera bromas a un extraño, así que volví a salir de mi auto y otra vez interrumpí el programa de televisión del vecino. Sorprendido, me
aseguró que la mujer no era una persona mayor y que ciertamente no tenía necesidades. Pero justo cuando me despedía, el hombre recordó que había una mujer mayor que vivía en la casa de al
lado, 'en la parte de atrás', en el gallinero. Tal vez era ella a quien yo buscaba. Golpeé la puerta del cobertizo sin ventanas y, de una maestra a otra, y con el tono de voz
seguro con el que había ido, le dije: ¡hola!, y le pregunté si podía entrar. Esperé a que abriera la puerta y cuando lo hizo, rápido cerró la puerta detrás de ella. Una mujer robusta, de
pelo gris corto, con un abrigo viejo y desgastado, de piel seca y con las mejillas hundidas, pero con los ojos más azules y alegres, me miró y sonriendo, para que me sintiera a gusto, me
preguntó que a qué se debía mi visita. 'Solo una visita amistosa', le dije, y le di mi nombre. Curiosamente, ella ya lo sabía, y más sorprendente aún, cuando me dijo el suyo,
recordé su reputación como profesora de español, de cierta distinción.