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A Margaret le gustaba cuidar de su padre —que vivía con ella— en los meses que siguieron a un derrame cerebral que le afectó el equilibrio y lo dejó débil. Pero entonces, el otro amor de su
vida, su esposo por 30 años, de repente necesitó su tiempo y atención cuando le diagnosticaron cáncer de próstata. El tratamiento requería una operación quirúrgica y radiación. ¿Podría ella
realmente ocuparse de los dos sin agotarse y sin hacer un mal trabajo para ambos? ¿Tal vez sería posible ocuparse de uno solo? Eso fue lo que hizo. Margaret convocó a una reunión a sus
cuatro hermanos para ver quién estaba dispuesto a continuar con el cuidado de su padre. Una de sus hermanas mayores se ofreció para la tarea. Entonces, ansiosa y con sentimiento de culpa, le
dijo a su padre que iba a dejar de ser su cuidadora principal debido a las necesidades médicas de su marido. El padre escuchó atentamente, puso sus manos sobre las de ella y dijo: "Él
es tu marido. Él está primero". Margaret sintió un alivio inmediato, si bien algo de la culpa permaneció con ella. Hay muchos motivos de carácter emocional, financiero o de situación
por los que los cuidadores familiares deciden dejar de prestar cuidados. (Obviamente, hay algunos familiares que están demasiado ocupados o a quienes no les interesa colaborar y nunca
optaron por participar en el cuidado). Están quienes, como Margaret, deben dar un giro hacia otra crisis médica o algún otro problema grave con otro familiar. Están quienes, con el tiempo,
terminan agotados por el trabajo y el estrés crecientes, que perjudican su propio bienestar físico y emocional. También están quienes reciben la noticia por parte del médico de que el estado
de la persona a la cual cuidan se ha deteriorado tanto que ya necesita el apoyo constante de un hogar de ancianos capacitado. Ninguna de estas decisiones y transiciones es fácil. Muchos
cuidadores familiares las evitan y se niegan a ceder o rendirse hasta que se ven forzados a enfrentar un cambio radical a raíz de alguna crisis grave como, por ejemplo, cuando la persona a
quien cuidan sufre una fractura de cadera en una caída o está cada vez más confundida o agitada. Incluso en esas situaciones, algunos cuidadores reaccionan con lentitud porque están sumidos
en sentimientos de culpa o se sienten obligados a mantener promesas poco realistas de ser el cuidador principal para siempre.